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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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ERA SOCIO de Bin Laden y lo persigue sin visos de perdón. Procelosas pasiones físicas lo abismaban en la borrachera y ahora no prueba ni una gota. Al acceder a su primer mandato, fue acusado de montar un pucherazo en propio beneficio y, para resarcirse, está decidido a que todo el mundo vote aunque sea a punta de pistola. Contemplaba a los europeos desde la distancia del bravucón autónomo y ha venido a hacer las paces y a pedirles dinero. Los sitios por donde asoma su escolta de blindados, su jauría de tipos de negro que hablan frenéticamente con el reloj, los vacían de coches y de peatones. Ningún gato viviente se interpone entre su merecido superego y su destino, entre su potencia y las cámaras de televisión, que trasladan su imagen directamente desde la fábrica al consumidor. Sólo a cuatro importantes, a un puñado de líderes en constante búsqueda de justificaciones para ocupar el escenario, se les permite rozarle. Él les susurra «¿Cómo estás, amigo?» siete segundos de eternidad y los líderes engordados dicen «pelillos a la mar» y apuestan por ponerse a trabajar inmediatamente por el futuro. Al fin y al cabo, como resumía el buen camaleón Chirac antes de invitarlo a patatas fritas a la francesa y celebrar, ante el abstemio sobrevenido, un vino de California, 100.000 inocentes asesinados con 100.000 mentiras (y 100.000 contratos para la familia) son «una simple diferencia de enfoque», cosas normales entre amigos. ¡Cielo santo! ¿Será verdad que lo que nos une es mucho más de lo que nos separa? De ninguna manera podían los pobres líderes hurtarse a tal evidencia y a tales videncias. ¿No buscan también ellos desesperadamente quien los quiera? ¿No estaban tan inquietos por un posible revés en el referéndum europeo que sus propios electores, compadecidos, acudieron a las urnas para evitarles un mal rato? Para nada iban los pobres líderes de Europa a ponerse de uñas con el superlíder, acariciante y ondulado como un zorrote bueno, bien asesorado esta vez por los mejores expertos en comunicación de masas. O a lo mejor, esta vez, era él mismo. Declaraba su señora en una televisión francófona él había concedido su entrevista a una cadena flamenca y oportunamente equilibraron el mensaje que tenía una gran capacidad de concentración -no que fuera distraído o lelo, no que se agarrase a las escasas ideas que le habitaban- y lo animaba un gran corazón. Tal vez era así y nos habíamos perdido un capítulo. Tal vez eso explique esta apoteosis de político gran reserva, de político de etiqueta. Negra.

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