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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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QUIZÁ NOS queden un poco lejos los acontecimientos del barrio barcelonés del Carmel, no lo sé. Pero ayer se produjo un hecho que merece reflexión. El Parlamento catalán debatió los hundimientos, los fallos técnicos y las responsabilidades políticas. Para aplacar los ánimos, el conseller Joaquim Nadal había llegado con dos dimisiones. Eran las primeras víctimas de un fallo urbanístico escandaloso. Pero las cabezas cortadas no sirvieron. Los afectados todavía no quieren víctimas. Quieren soluciones. Y así, enviaron un mensaje con amplio eco: señores políticos, arreglen nuestras casas, y después hagan los análisis de partido que quieran. Peléense; pero antes, resuelvan lo nuestro. Es una de las situaciones que vuelven a marcar la diferencia entre el país real y el país oficial. La España real tiene los problemas encima y, en el caso del Carmel, un problema tan serio como quedarse sin casa. Están enfurecidos con las administraciones públicas responsables, y exigirán que alguien lo pague; pero tienen un orden de prioridades. La España oficial, la España política, es otra cosa. Funciona con otros resortes. Si se ha producido un fallo, no se debe perder un minuto en hacer clientelismo de la situación. Si se puede encontrar rápidamente una víctima en el equipo adversario, la consigna es siempre la misma: ¡a por él! Y así, la clase política catalana representada en el Parlamento ha dedicado gran parte de sus energías a repartir estopa. Los del gobierno actual, hacia el gobierno anterior. Y los del gobierno anterior, hacia cualquiera que tenga ahora una mínima responsabilidad. Las dos dimisiones presentadas ayer les parecen insignificantes a los herederos de Pujol. ¿No les suena a ustedes esta situación? A mí me recuerda cuando los socialistas reprochaban al PP ineficacia ante el Prestige o imprevisión ante el 11-M. Y, naturalmente, me recuerda a los populares cuando argumentan cuánto tardaron los socialistas en pagar indemnizaciones a los marineros gallegos o cómo les reprochan el uso electoral del mismo 11-M. No pretendo elevar a categoría política el cabreo de unas familias que han perdido su piso o no se atreven a mirar las grietas. Pero sospecho que muchos ciudadanos les aplauden, como aplaudieron a Pilar Manjón en su emocionante discurso en el Congreso: «¿Qué jaleaban ustedes, señorías?» Son ciudadanos que consideran impúdico que los representantes del pueblo quieran la rentabilidad política, su beneficio de grupo, antes de resolver los problemas de la gente. Aunque sólo fuera por delicadeza y cortesía, los políticos tendrían que poner un letrero a las puertas de sus despachos y sus salas de reunión. Es un cartel muy sencillo: «Los ciudadanos, primero».

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