EL RINCÓN
Rififí en el Windsor
A LA VIDA española se le pueden poner algunas pegas, pero no se le puede achacar sin injusticia que carezca de emoción. Nuestro mejor incendio, que ha rondado mi casa de Madrid amenazando algunos de mis restaurantes favoritos, me ha pillado lejos, junto a la orilla del Mediterráneo, que es donde prefiero que me coja todo. Como tengo la doble nacionalidad que sólo permite la capital de España, que consiente ser de cualquier otro sitio y de allí, he seguido los acontecimientos con angustia. Ahora la zozobra se acrecienta. El incendio se ha convertido en una novela policíaca y los nuevos hallazgos le están echando más leña al fuego. Primero fue el vídeo delator del aficionado, donde comparecían fantasmas con sábanas ignífugas que en vez de huir de la quema se movían afanosamente. Luego vino la historia del candado roto, que parece el título de una novela porno, y ahora la policía municipal ha descubierto un butrón en el garaje usado para salir de la torre. Hay muy poco tiempo para indagar. La juez que se ocupa del caliente caso pidió retrasar 48 horas la demolición del edificio, pero de Sherlock Holmes a Maigret, pasando por Hércules Poirot y Marlowe, dispusieron de un plazo mayor para sus pesquisas. Como sabemos, saber no ocupa lugar, pero ocupa tiempo. Un butrón en el nivel 2 de un garaje subterráneo permite imaginar muchas clases de robos, excepto el de un coche. ¿Quiénes hicieron el boquete? Nos preguntamos todos. Y lo que es más importante: ¿lo hicieron para salir o para entrar? Se trata de conocer, contra reloj, las causas de lo que insisten en llamar un «pavoroso incendio» los periodistas menos dados a la innovación de la metáfora, que por cierto son los mismos que dicen que el coche «devoraba kilómetros» o que adjetivan a un tipo de «frío y calculador». Lo que había que saber es si el fuego ha sido intencionado, pero no será la primera ni la última vez que la verdad se sepulta bajo los escombros. Nunca faltan enterradores.