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Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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HAY bastante coincidencia en entender que el diecisiete de abril hay una cita con las urnas, en el País Vasco, que presenta características singulares y peculiares. En realidad, hace ya mucho tiempo que todo lo relacionado con el País Vasco ofrece matices y circunstancias propias, sencillamente por razón de la existencia de un grupo terrorista que, desde ya hace casi cuarenta años, ha sido extraordinariamente determinante en la vida social, pública y política vasca. Ha sido un poder fáctico de formidable presencia y efectos, nadie lo duda, y muy a menudo ha ido marcando pautas a la dirección política. Por indecente que parezca, sin ETA hubiera sido inimaginable un gobierno autonómico, con una larguísima relación de materias decididas desde el gobierno regional. ETA marcó desde el primer momento el objetivo de la plena independencia para Euskadi y, sin prisa ni pausa, los partidos nacionalistas se han ido aprovechando de su «tirón». Naturalmente, no pueden coincidir en sus procedimientos el asesinato, la violencia callejera, el chantaje, la extorsión-, pero bien se puede afirmar que la coincidencia es amplia en propósitos finales. Estas elecciones del 17-A se presentan, de antemano, con carácter de «consulta popular»: la que el lendakari Ibarretxe anunció para que los ciudadanos vascos opinaran sobre su plan secesionista. El plan, sólo válido y aceptable para la mitad de los vascos, que fue rechazado en las instancias del Estado español y fue «devuelto al corral», para que los políticos de Euskadi lo revisaran y consensuarán, volverá a exhibirse ahora, en la campaña electoral de PNV-EA, como signo de identidad y aspiración del nacionalismo. Y ya anticipan las encuestas que, por su propia esencia, o por aprovechar la ausencia electoral de la disuelta e ilegal Batasuna, los nacionalistas podrían conseguir la mayoría absoluta a la que han venido aspirando en la legislatura anterior, por más que subirá en escaños el socialismo vasco. Con esos resultados, y en esas circunstancias previas, se nos aproxima una legislatura que, con bastante probabilidad, y salvo sorpresas, volverá a ser «de infarto». Será imprescindible y conveniente entenderse con ese nacionalismo que muchos hace tiempo que consideran «subido al monte» de las pretensiones inaceptables, y hacia el que, sin embargo, el presidente Rodríguez Zapatero, porque cree firmemente en un Estado autonómico o porque observa tendencias incorregibles, se ha mostrado inclinado a dotar de mayores niveles y grados de autogobierno. Esa es la perspectiva crucial de las elecciones del 17-A.

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