EL RINCÓN
Reliquias
LA CÉLEBRE y justamente celebrada casa de empeños artísticos Sotheby's está batiendo su plusmarca de fetichismo. Allí lo mismo se subasta un Van Gogh que un sueter de franela que haya abrigado un torso ilustre. Se cotiza más, por supuesto, un dibujo de Picasso a plumilla que una meada de Picasso, pero ambas cosas tienen su valoración. Muchos inmerecidos nuevos ricos ansían tener en el comedor de su casa algo que no tengan otros nuevos ricos. Hay gente que ha pagado una millonada por una horrenda acuarela de Hitler o por un presunto botón de la guerrera de Napoleón, que al parecer tenía la costumbre de introducirse la mano en el pecho, como pretendiendo robarse su propia cartera. La beatería cultural propicia estas cosas. No son de extrañar. Más raro es que se veneren circulares trocitos del divino prepucio o plumas que se le cayeron al arcángel San Gabriel al pasar por aquella estrecha puerta, cuando anunció a la Virgen María su dichoso estado de buena esperanza. ¿Quién que es no es fetichista? Un pelo de la barba de Juan Ramón Jiménez sería conservado por mí en una minúscula urna. Y no digamos una colilla de don Antonio Machado o un trozo de las gafas de Francisco de Quevedo, que luego se llamaron quevedos, antes o después de llamarse gafas. Las cosas tienen espíritu y además tienen la ventaja de que se están quietas. Se supone que sufrirán un alto grado de desconcierto cuando desaparezcan sus dueños, pero quizá haya que ponerle límites a su culto. Para no agobiarlas. Acaso nos permita una vaga aproximación a la estupidez humana saber que en Sotheby's se han vendido por altísimas cantidades 700 objetos personales del presidente Kennedy y de su esposa Jacqueline. ¿Cómo se pueden tener tantos objetos personales, a no ser que se delegue en otras personas? Pero quizá no sea esa la pregunta, sino cuantos tontos hacen falta para que una subasta constituya un éxito sin precedentes.