Diario de León
Publicado por
B. CABEZAS GONZÁLEZ-HALLER
León

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EN los últimos diez años la mayoría no avanzamos a mejor: se produce beneficio a nivel macroeconómico, pero no se distribuye razonablemente entre los ciudadanos, todo lo contrario, cada día se concentran más la riqueza. Y ni desde éste Gobierno, ni desde los que le precedieron, se ha hecho lo necesario para evitar la concentración del poder económico en los bancos y grandes empresas, que acaparan todo lo que tiene valor y produce grandes beneficios. Los discursos políticos, de uno y otro lado, están plagados de palabras vacías. La verdad está asistida por palabras plenas. Sólo en la palabra plena se encuentra toda la verdad. Es lamentable -y a esto nos tenemos que oponer- que quienes votamos para que nos representen jueguen con el dinero público de manera arbitraria sin respeto a los ciudadanos. Podemos decir, porque lo comprobamos todos los días, que la mayoría de los representantes en los tres niveles del poder (Gobiernos central, autonómico y municipal) son impresentables: utilizan el poder para sí. Por ejemplo, se colocan y colocan y cuando salen de la política -los que salen- van a empresas que protegieron desde el poder. Esta conducta entre demócratas de verdad y en una democracia real no sería posible o una excepción Sin embargo, aquí aún es la regla. No vera usted la hija o el hijo de un político con poder de cajera en un supermercado o vendiendo trapitos en una tienda, ni viviendo en barrios pobres ni parada/o ,si quiere trabajar. Esto es así. Y es así -valga la metáfora- porque mientras la mayoría de los de los ciudadanos nos conformamos y jugamos a la « oca», una minoría juega al ajedrez. En el juego de la oca todas las jugadas dependen del azar, de cómo caiga la ficha. Es un juego que excluye la inteligencia y el saber. En el otro lado si sitúa la minoría, que resulta ser mayoría en los juegos de dominación. En el ajedrez todas las jugadas dependen de la inteligencia y del conocimientos, y todos los movimientos de las fichas son pensados y repensados. Nuestro sistema político y económico está sólidamente construido para que sólo una minoría juegue el juego de la dominación y para que la mayoría pase por el aro de las conveniencias de es minoría, de tal manera que la mayoría queda excluida del aprendizaje del juego de dominación y de la opción de aprender a jugarlo. Por ejemplo, los que buscan trabajo, siempre están en posición de súplica. Hay muchas abuelas y madres, de las que juegan a la oca, que está encantadas porque sus hijas han encontrado un trabajo temporal por 600 euros en un supermercado o en un despacho. A esto hemos llegado. Desde el PP de León -que ya hay que ser clasistas- le preguntan al ex-alcalde Fernández por el título académico. Él lo justifica diciendo que tuvo que ponerse a trabajar para sacar la familia adelante. Bueno. Ellos sí tienen título, porque son hijos de los que juegan al ajedrez. El título, hay que saberlo, supone el derecho a tener acceso a donde no pueden llegar los sin título. Pero no garantiza conocimiento y menos conocimiento de la gestión municipal y respeto a los ciudadanos. Esta bajeza no debería pasar sin tener consecuencias electorales negativas para los que se consideran superiores por tener titulo universitario. El conjunto de ciudadanos que no han podido acceder en su momento a la universidad, que son mayoría, deben tomar nota de cómo piensan los que les representan y mandarlos a jugar a la oca o a las cartas a las residencias o a los bancos de los parques, que es el triste recurso que tiene la mayoría que queda sin familia o tiene una pensión baja . Además quieren que les agradezcamos que ponen bancos en los jardines o hacen alguna residencia pública o reparten tiestos el día del árbol. Hablando de verdades plenas, tenemos que darnos cuenta que, con nuestra complicidad, nos imponen el modelo de «democracia neoliberal» que de entrada, como reza la Constitución europea, impide que, sí algún partido con sensibilidad social llega al Gobierno, pueda poner límite a los precios de la vivienda o al beneficio usurero de los bancos o a la emigración de las empresas en busca de salarios de hambre -a eso le llaman deslocalización-. Los grandes capitales quedan protegidos, los pequeños están desprotegidos. En este modelo que tanto les gusta a los que están en la cima de la pirámide, todo está invertido: en vez destinar la ciencia y la etnología y el beneficio económico a beneficiar a todos los ciudadanos, obliga a los ciudadanos trabajadores y agricultores a hacer ricos a unos pocos. La solución no está en la reproducción del modelo que es lo que hacen los respectivos los gobiernos, sino en volver al modelo socialdemócrata consolidado entre 1980-1990 en Europa. O sea, poner límite al crecimiento desmesurado de las multinacionales y a la tiranía de la banca. Pongamos ejemplos: los bancos cierran el ejercicio con un beneficio en torno a un 25% más que el año anterior y el endeudamiento de los ciudadanos ha crecido un 68%. La mayoría se está endeudando o no puede llegar a fin de mes. Los promotores inmobiliarios y los contratistas de las grandes obras y de los servicios, tiene casi el monopolio de las obras públicas y privadas. El dinero, se inscribe en la sociedad capitalista como el único dispositivo de poder. Los gobiernos que nos preceden, y éste también, está ocupado en lo mismo, se preocupan muy activamente de beneficiar a los de arriba, para que estén bien protegidos a costa de los de abajo. Por ejemplo, no es aceptable que los ciudadanos de León tengamos que pagar quinientos millones de pesetas anuales, por poner un letrero en tres aviones, bajo la forma jurídica de publicidad, cuando en realidad es una forma de regalar dinero. El despotismo es más visible si consideramos que Air Nostrum vuela al mismo precio y a costo cero. Otro ejemplo: los agricultores ponen el trabajo, el saber, y el tiempo para que se crie el fruto. Los intermediarios, sin arriesgar nada, compran barato y venden caro. Con la disculpa de las heladas pasadas, han aprovechado para obtener unos márgenes abusivos, mientras los precios en la tierra no han experimentado apenas subidas. Algunos sindicatos agrarios han denunciado el hecho, pero con la boca pequeña. Por ejemplo, el kilo de alcachofas se lo pagan al agricultor a de 24 a 27 céntimos y le cuesta al consumidos dos euros, en algunos mercados; una lechuga cuesta en la tierra 20 céntimos y la venden al consumidor a 90 céntimos. Y así sucesivamente. Está claro que los agricultores y los consumidores con bajo salario siguen siendo los perdedores, y los intermediarios, porque el gobierno o no puede o no quiere impedirlo, se siguen enriqueciendo descaradamente. Agricultores y consumidores cambien el juego.

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