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FERNANDO ONEGA
León

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FRANCIA le acaba de dar a Rodríguez Zapatero lo que Estados Unidos le sigue negando: el reconocimiento de amigo. Su estancia ayer en la Asamblea Francesa es un honor que hasta ahora han recibido poco más de una docena de jefes de estado y de gobierno. El primero, el Rey don Juan Carlos. Es lógico pensar que, cuando la política exterior española está recibiendo tan agrios calificativos -errática, tercermundista-, Rodríguez Zapatero ha vivido ayer la jornada más satisfactoria desde que es presidente. Situarse allí, ante el medio millar de asambleístas, es como una coronación europea y la certificación de las buenas relaciones con el país vecino. Ahora bien: que Zapatero no espere piropos como los que se escriben en esta columna. Hay un amplio sector social que desea buenas relaciones con Francia, pero en la distancia. Es el sector que ha heredado la cultura crítica hacia los afrancesados; el que no tiene inconveniente en llamar prostituta a la nación vecina, y el que tiene memoria histórica para recordar agravios, faltas de colaboración y hasta traiciones a nuestros intereses en el norte de Africa. La experiencia presenta a Francia como la encarnación del egoísmo y la deslealtad. Esa parte de la opinión pública podría estar encabezada por el ex presidente José María Aznar. Ayer habrá visto en el discurso de ZP una actitud más complaciente que exigente. No faltará quien diga que ha ido a París a rendir pleitesía. Y, sin embargo, es un éxito. Con Francia hay agravios históricos, por supuesto. No hace tantos años era el refugio del terrorismo. Gracias al cobijo francés, ETA se ha desarrollado como banda asesina. Pero nada de eso es verdad hoy. La colaboración contra el terror es muy importante, por no decir decisiva. Y, en el orden material, somos dos países condenados a competir en productos agrarios e industriales; pero con tantos intereses comunes frente a terceros, que es impensable vivir de espaldas. El discurso y el diálogo en la Asamblea no son por sí mismos más que una gran cortesía; uno de los gestos majestuosos de política exterior. Las grandes palabras pronunciadas («compromiso de fraternidad» o «construcción de un futuro común») pertenecen al ámbito literario. La defensa del modelo autonómico español quizá sea algo obligado en el país más unitario y jacobino de Europa. Lo importante es que esa cortesía y esos gestos respondan a algo: a una voluntad efectiva de superar siglos de enfrentamiento y recelos. Si es así, la jornada de ayer puede recibir esta consideración: el día que ha cambiado la historia. Si no es así, todo se queda en un gran ceremonial. La derecha dirá: un pago a las concesiones en el Tratado de Niza y en la Constitución Europea.

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