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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LOS MÁS LARGOS caminos empiezan, según los nómadas, con un pequeño paso. Muchos se llevan dados, pero la supresión universal de la pena de muerte todavía está lejana. Ya sabemos todos que ese castigo sólo ofrece la ventaja de impedir que haya reincidentes, pero tampoco ignoramos que nadie escarmienta en cabeza ajena y que asesinar con todas las de la ley a alguien que se ha saltado alguna es «como comerse a un caníbal». También es un plagio: matar a quien ha matado es repetir su conducta. En muchas naciones sigue vigente la llamada pena máxima. En algunos se decapita a los criminales, lo que también es una buena solución contra la caspa; en otros se les sienta en la silla eléctrica, lo que repercute en el recibo de la luz, y en otros, los más civilizados, se les suministra una inyección letal, después de aplicarles en el brazo un algodón con alcohol, no sea que vayan a coger algo malo. Ahora, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha suprimido la pena de muerte para menores de dieciocho años. Ya sólo falta que la supriman también para los que hayan cumplido esa edad. No hay una frontera clara que determine cuándo un adolescente tiene plena conciencia de lo que hace. Claro que tampoco existen límites precisos para saber en qué momento una persona madura es consciente de sus actos. Hay personas que jamás llegan a la mayoría de edad aunque se mueran de viejos, pero eso es otra cosa y lo que importa ahora es que los reos condenados a muerte por asesinatos precoces no podrán ser ejecutados. Llegar a ese acuerdo piadoso no ha debido de ser fácil: de los nueve magistrados del alto tribunal cinco votaron a favor de la supresión y cuatro en contra. Lo que en boxeo se llama