Enseñar a no fumar

SI LOS FEROCES planes de represión del tabaco fueran acompañados de otros, tendentes asimismo a reducir el número de enfermedades bronco-pulmonares, serían más asimilables y llevaderos. Si, por ejemplo, se persiguiera con parecida saña a las industrias que liberan a la atmósfera comunal toda clase de sustancias nocivas, o a las autoridades que consienten la comercialización y el uso masivo de vehículos diesel, que contaminan ciento cincuenta veces más que los de gasolina, o a los propios particulares que utilizan constantemente el coche sin necesidad, o a los responsables de los edificios que mantienen calefacciones de gas-oil y de carbón, o a los agricultores que emplean cantidades descomunales de insecticidas, los fumadores percibirían como mucho más razonable y benéfico, para sí mismos y para los demás, ese proyecto de brearles a multas y prohibiciones acausa de su afición, heredada de sus mayores, a fumar. Lamentablemente, el limitado plan que se anuncia obtendrá resultados sanitarios muy limitados también, y ello al inmenso y escalofriante costo de perseguir la libertad individual de las personas. La represión, la multa, no son otra cosa que instrumentos de la debilidad. Lo verdaderamente eficaz, y más cuando no se quiere enfrentar la eficacia con la justicia, no tiene porqué no ser complejo, de modo que convendría ir pensando que la solución de un problema tan difícil como el del tabaquismo no vamos a hallarla en los territorios de la simplicidad. Fumamos porque nos enseñaron. ¿No va a haber nadie que nos enseñe, sin violencia y sin castigo, a no fumar?