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Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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SE HABRÉ preguntado estos días Maragall si alguna otra vez se vio en situación tan complicada como la que ahora padece. Algunos analistas entienden que sí, que hace un año, cuando su lugarteniente Josep Lluis Carod, entonces conseller en cap, y presidente en funciones precisamente, acudió a entrevistarse con dirigentes etarras se vio tan presionado como ahora para terminar su vida pública. Pero llegará a la conclusión de que la suya no es una trayectoria de paseo entre rosales. Ahora mismo atraviesa un campo minado por tres clases de adversarios: primero, los convergentes, sus tradicionales enemigos políticos, que todavía siguen sin emprender que pudo haber alguien que los desplazara del gobierno catalán después de un cuarto de siglo de ejercicio de casi todos los poderes, exceptuados el Barça y La Caixa. El segundo adversario que debe al error del tres por ciento de Maragall la abultada cuota de repentina popularidad adquirida es Josep Piqué. A Piqué se le ha perdonado, incluso, la sorprendente iniciativa de reunirse con Carod, hasta ahora satanizado o demonizado como ningún otro político por los populares. Todavía algunas zonas del PP no entienden cómo y por qué Piqué, con autorización de Rajoy, dio ese paso hacia quien representa todo lo que odia el PP: republicanismo, independentismo, laicismo, diálogo con los etarras. Pero, por si fuera poco, y además de la querella de Mas y de la moción de Piqué, se las tiene que ver estos días el «molt honorable Maragall» con sus propios correligionarios, que han hallado el momento oportuno, el de su propia debilidad política, para disentir y discrepar abiertamente de sus pretensiones de autogobierno y financiación para Cataluña. Los barones territoriales del PSOE se han sumado a todos cuantos, ahora mismo, disienten y discrepan del Maragall del tripartito. En él estaban pensando estos barones protectores de la ortodoxia cuando han proclamado que la hoja de esa ruta que son las reformas constitucionales y estatutarias está en mano de Zapatero, y no de Maragall y sus socios, y que el modelo de financiación autonómica no es cuestión de la redacción del futuro Estatuto o de los correspondientes parlamentos regionales, sino del Consejo de Política Fiscal y Financiera que, a la postre, presidirá Pedro Solbes. Esos barones de la ortodoxia rebaten a Maragall: no hay parón, ni acelerón en la reforma de la arquitectura territorial, sino el ritmo adecuado. Complazca o no a un Pasqual Maragall, que podría estar necesitado, en esta hora difícil, de poder hacer mayores cesiones a sus socios del tripartido, e incluso a su adversario convergente, para rehabilitarse.