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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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LOS ANIVERSARIOS cumplen una función de recordatorio, si exceptuamos el que hoy pretende evocar una tragedia que no necesita recuerdo porque sigue viva en la sociedad, en el dolor profundo de la sociedad, en «la memoria de los ausentes», ciento noventa y dos ciudadanos de Madrid que perdieron la vida hace un año en una cadena de explosiones de odio étnico/religioso/político. El Parlamento español rindió ayer un homenaje institucional a estas víctimas del terrorismo islámico y al más del millar de personas que fueron malheridas en aquellos atentados, y a las familias de todas ellas, que se sienten cercenadas en sus sentimientos, cubriendo el dolor el espacio del amor amputado, recogido todo ello en una declaración leída por el presidente Manuel Marín, aprobada unánimemente por todos los grupos parlamentarios, declaración que se extendía a todas las víctimas de otros terrorismos -del etarra, más cercano e igual de siniestro- rechazados de plano, obviamente, por el Congreso, que reasumía su compromiso de «apoyo permanente e integral» a todas las víctimas, y alentaba a la sociedad y a los poderes públicos a prestarles toda la atención y la solidaridad que merecen. Tardará en olvidarse, si es que alguien actualmente vivo alguna vez la olvida, la fecha del 11-M, una efeméride que año tras año nos hará meditar sobre una serie de cuestiones sustanciales para el ser humano. Una de ellas sería la de nuestra vulnerabilidad, subrayada ayer por los servicios de inteligencia españoles, ante un terrorismo que encuentra en la legislación sobre inmigración, comercio o asilo oportunidades muy favorables para su implantación en España y en Europa, espacios sobre los que establecer núcleos de retaguardia de esa guerra santa que la sociedad española ya ha sufrido. Y un asesor del ministerio de Interior tan caracterizado como Fernando Reinares decía ayer que las medidas antiterroristas que se adoptan actualmente no darían sus frutos hasta dentro de dos o cuatro años. Desde luego más vale un poco tarde que nunca, y mientras tanto sería oportuno y lógico plantear en la sociedad y en los foros políticos la cuestión de los porqués, de qué hemos hecho mal, como civilizaciones, para que desde el Islam, su sector más radicalizado y explosivo declare la guerra a Occidente, y hasta la extienda o retrotraiga a ciertos resortes de poder islámico. Hay muchos porqués, muchas interrogaciones que debieran plantearse a lo ancho de la Humanidad globalizada para obtener respuestas parceladas, pero aclaratorias, para ir resolviendo un problema tan anacrónico.

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