El cachondeín

EN TODA casa hay un tema tabú, y en algunas hasta diez. En la mía hay un único tema capaz de provocar un trueno en el pasillo, enmascarado de chufla sarcástica. Ni la política, ni la eurovisión, ni el mando de la tele: el fútbol. Soy madrista acorralado, y lo que es peor sin defensa posible, ni esperanza de que el séptimo de caballería venga en mi ayuda.  En política, se puede cuestionar hasta que hoy es martes, pero en fútbol los resultados mandan. La derrota del Madrid ante el Getafe  no es una bofetada a la afición, pues en deporte no hay rival cuya victoria sea una ofensa, sino a todo ese carnaval de ostentación y superficialidad en que ciertos jugadores estrellas han convertido a un gran equipo. Lo patético no es caer ante un contrario con menos figuras y presupuesto, sino olvidar los códigos de disciplina y superación que han de regir a todo buen deportista, cuya herramienta de trabajo es tanto el cuerpo como la mente, y a ser posible cierto compromiso de ejemplaridad  con la admiración  que despiertan. En casa, toca sufrir. Y de nada vale esgrimir eso tan socorrido de que ser leonés y del Barça  es como haber nacido en La Bañeza y apellidarse Smith. Entendámonos, no es que sea muy futbolero, uno es del Madrid porque me lo piden los genes. Pero negar que el Titanic navega hacia el iceberg es cabezonería. Ahora sólo queda soportar con flema el cachondeín, hasta la próxima liga. Cachondeín en el salón, en la cocina, en la despensa, en la calle, en el trabajo.... sin piedad.  Y encomendarse al santoral, tan plagadito de madridistas, como toda persona medianamente culta sabe. Pero hasta la próxima liga... a sufrir.