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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LA «BALLENA BLANCA» se estaba viendo venir incluso desde tierra adentro. Menos dificultades tendrá la Policía para arponearla que las que tuvo el capitán Acab: el cetáceo financiero había adquirido un descomunal tamaño y nadie ignoraba que su apetito era creciente. De una manera muy significativa y muy intuitiva ya le llamaba mi querida Carmen Rigalt «Moby Gil» a su legendario alcalde. Una persona de la que no puede decirse que fuera poco edificante. Fue el rey del ladrillo, limpió a Marbella de inocentes fulanas y las cambió al peso por mafiosos internacionales, sembró flores y mezquitas, hizo que volviera la 'jet' y asimilados, trabajando mucho, como si fuera a vivir siempre. Poco a poco, últimamente mucho a mucho, la hermosísima ciudad dejó de parecerse a la que era. La fórmula era infalible: una de cal para blanquear dinero negro y una de arena para que se tumbaran los turistas en la playa. A quienes la hemos conocido en otras épocas y la hemos pregonado se nos saltaban las lágrimas, como a aquel gongorino forzado de Dragut. Lo que nos sorprende ahora es que la investigación de la trama haya sido tan tardía y tan brusca. Se sabe que la ocultación del dinero es tan imposible como la del amor, la tos o el fuego. No hay tintorería, ni siquiera en Gibraltar, donde se laven capitales sin dejar la menor huella del establecimiento. Todo consiste en encontrar los agujeros de la grapa, aunque haya desaparecido la etiqueta. No hace falta ser Sherlock Holmes, ni Maigret, ni siquiera Marlowe, para investigar quiénes son los propietarios verdaderos de los 251 chalés y fincas que ahora se han intervenido. Ni los dueños de los Roll, ni los que participan en más de 200 sociedades. En muchos casos, cuando decimos «negocios sucios» incurrimos en una redundancia. Parece que no iba descaminado el iracundo Leon Bloy cuando decía que para saber la opinión que tiene Dios del dinero basta fijarse en la gente a la que se lo da.

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