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PEDRO CALVO HERNANDO
León

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EL HOMENAJE tributado a Santiago Carrillo en su 90 cumpleaños ha sido una demostración de que la reconciliación definitiva de los españoles está al alcance. En realidad, eso era algo casi conseguido hace una década. En el homenaje estuvo representada toda la sociedad política y social de España, empezando por el presidente del Gobierno. Allí sólo faltó Mariano Rajoy y algunos otros altos dirigentes de su partido. Muy encomiable la presencia de Gabriel Cisneros y el mensaje de Manuel Fraga, pero eso no podía remediar las ausencias principales. De verdad que es grave lo que les pasa, pues hacen cosas, como ésta, que nadie podrá entender. Es como la ausencia de Aznar de las conmemoraciones del 11-M, inexplicable si se recuerda que él era presidente del Gobierno cuando sucedieron los hechos. El homenaje a Carrillo es un acto de justicia y una prueba de cariño al viejo líder comunista. Eso produce sana alegría a los espíritus libres y a los ciudadanos sin retorcimientos mentales ni enfermedades extremistas. Alegría como la que acompaña a la puesta en marcha parlamentaria de la ley del matrimonio homosexual. Para colmar las alegrías de estas horas sólo faltaba la retirada de la estatua ecuestre del dictador Francisco Franco de la madrileña plaza de San Juan de la Cruz, junto al Ministerio de Fomento. Esa estatua estará bien en algún depósito histórico y con ese carácter exclusivo. La presencia de la estatua en el centro del moderno Madrid era un hecho incomprensible y para muchos una ofensa política y moral. De manera que también la actualidad, como vemos, nos depara motivos de satisfacción y de alegría, que buena falta nos hace.