EL RINCÓN
El Emperador está contento
DOS AÑOS después de la invasión de Irak, el presidente George W. Bush se muestra satisfecho y dice que el mundo, ese lugar inhóspito, «está ahora más seguro». El balance, sin embargo, no parece favorable. Las armas de destrucción masiva que almacenaba el cruel sátrapa no aparecieron por ninguna parte, a pesar de buscarlas por todas. Lo impidió el hecho de que no existieran. Un contratiempo, ya que esos ilusorios polvorines fueron la excusa para organizar la matanza. La apoyaron los súbditos más distantes, creyendo que iba a ser un paseo militar. No ha sido así. El conflicto bélico ha salido por un pico y una pala para enterrar a los muertos: 200.000 de dólares y más de 1.500 soldados. Los mutilados no se cuentan. Tampoco, por supuesto, los iraquíes difuntos que seguimos llamando de la «resistencia», ya que no es políticamente correcto llamarles patriotas. A muchos no les cayó bien que hubiera tanques internacionales por sus calles. ¿Qué importa? El Emperador está contento y Sadam Huseín espera que le dé el día del juicio. En su opinión, que es la única que importa, «la libertad está echando raíces» junto a las malvas que crían los que abandonaron bruscamente este inseguro planeta. Lástima que no todo el mundo acompañe en su alegría a Bush. Cuando el presidente decidió iniciar la terrible guerra tenía el respaldo del 70 por ciento de los ciudadasnos estadounidenses y en el segundo aniversario son poco más de la mitad. Naciones interesadamente adictas retiraron sus tropas y en la más fiel, Inglaterra, se acaba de producir una colosal manifestación exigiendo que vuelvan sus soldados, preferiblemente con vida. La inglesa más guapa no va a sonreír al más fiero de los vencedores. Dos años después de la liberación, la opinión pública mundial se pregunta a cuánto va a salir cada demócrata iraquí y cada barril de petróleo, pero sobre todo quiere que ya no haya más aniversarios. Dos son el doble de los que debieron ser.