Hiriente hipocresía

LOS TIEMPOS de ayuno y penitencia agudizan la sensibilidad. Quizá esto explique que a Bush y a su tribu republicana les haya entrado una especie de frenesí místico en defensa de la vida de Terri Schiavo, la mujer que se encuentra en estado vegetativo desde 1990 y que lleva, desde el pasado viernes, sin recibir alimentos después de que, por decisión judicial, se ordenase que le fuera retirado el tubo que la mantiene con vida artificialmente. Una decisión que fue ratificada ayer por el juez federal plantando cara al Congreso estadounidense que, en una apresurada e insólita iniciativa -teñida de burdo populismo-, se olvidó del derecho de Terri a morir dignamente. La hipocresía más hiriente late detrás de esta polémica que se da de bruces con otras actitudes mucho más laxas en defensa de la vida (pongamos por caso, la silla eléctrica) defendidas por estos mismos cruzados de la ética. También podría recordarse la distinta vara de medir que se utiliza con las decenas de miles de víctimas que se contabilizan gracias a las veleidades belicistas de George Bush convertido en uno de los personajes más nefastos y peligrosos de nuestra época. Afortunadamente, son muchos los ciudadanos estadounidenses que discrepan de su presidente en el caso de Terri y que, como reflejan las encuestas, son conscientes de que se está hablando de una situación límite en la que debe prevalecer ese derecho último a morir con dignidad. Clama al cielo tanta doblez. Ojalá el currtido tejano fuera igual de diligente a la hora de impedir que un chaval de 17 años un tanto alienado tenga acceso a un rifle y una pistola y provoque una matanza en un instituto de Minessota. Por ejemplo.