TRIBUNA
La Sagrada Cena según Santa Marta
CUANDO desde el reloj de la Pulchra Leonina suenen ocho campanadas dará comienzo la procesión de la Sagrada Cena, desde la emblemática plaza de Regla con un testigo excepcional: la Virgen Blanca. La procesión discurre hacia la ciudad del ensanche pasando primero por el «decumanus» (vía E.-O. en el trazado romano); ahora calle Ancha, por la casa de San Marcelo, patrón de la ciudad y hogaño Capilla del Cristo de la Victoria. Y atravesando la Puerta Cauriense (cercana al Palacio de los Guzmanes): Cruz alzado y ciriales de la Hermandad de Santa Marta y de la Sagrada Cena. Tras el Guión de Santa Marta -flanqueado por dos faroles- procesiona el paso de la Unión en Betania. Éste representa el momento en que María unge a Cristo con perfumes por su cercana sepultura, según afirma Jesús ante la crítica que hacen los presentes por el acto de derroche que supone la Unción. El cortejo pasa por delante del edificio que construyera Gaudí a finales del siglo XIX por encargo de Mariano Andrés y su socio Simón Fernández. Deja a su izquierda su sede canónica, San Marcelo, para desembocar en una plaza de hondas raíces para la ciudad y para la Semana Santa por la ubicación en siglos pretéritos del convento de Santo Domingo. Los atributos alusivos a la institución de la Eucaristía en la Última Cena los portan niñas de la hermandad denominadas samaritanas. El anagrama de la hermandad se transforma en paso gracias a la gubia de Víctor de los Ríos y el esfuerzo de los braceros, que portan el emblema CB que da nombre al paso: Casa de Betania. La hermandad cuenta con un nutrido grupo de «manolas» que forman una sección propia, con guión incluido y con un lugar concreto dentro de la procesión, entre la Agrupación Santa Marta y Sagrada Cena y El Lavatorio. Dicho paso es pujado por braceras. La Sagrada Cena representa el momento en que Cristo entabla conversación con Pedro, pues éste se resiste a que le lavara los pies su Maestro, todo ello en presencia del discípulo amado, Juan. Este paso, junto con el primero, fue tallado por el seguidor de Víctor de los Ríos: José Ajenjo Vega. Anuncia tan preciado pregón la Banda Femenina de Santa Marta. La procesión sigue por Padre Isla y por Ramiro Valbuena hasta alcanzar a otro testigo mariano: la Inmaculada. Una estampa entrañable la protagonizan los «paponines» de filas que portan hachones que, con su luz, abren camino a la escena eucarística. Escoltada por la Guardia Municipal con uniforme de gala, procesiona lenta y acompasada la Sagrada Cena. Obra magistral, hecha catequesis procesional gracias a las manos de De los Ríos. La contemplación del paso produce un cúmulo de sensaciones e impresiones, casi las mismas que manifiestan los sagrados personajes: Pedro le pide por señas a Juan que averigüe quién es el traidor, del que habla el Maestro inmerso en la tristeza que le produce la traición en manos de uno de los doce. Mateo observa la escena: desasosiego y miedo reinantes en los comensales. Santiago el Menor se pregunta el porqué de la traición. Bartolomé indaga las miradas inquietantes de los discípulos, intentando descubrir el rostro del traidor. Simón el Zelote y Andrés miran embelesados al Señor. Judas Iscariote, el traidor, esconde la bolsa mientras adelanta su siniestra para alcanzar el Pan transformado en Cuerpo de Cristo. Tomás en su triclinio se vuelve, conmovido por las palabras de Jesús. Santiago el Mayor, compungido, atiende las rotundas palabras del Maestro y Felipe, con la mirada perdida, busca en su interior alguna causa que pueda haber hecho traicionar a Cristo, pero son ejercicios en vano, pues el mismo Judas se delata preguntando: ¿Soy yo acaso, Maestro? - Jesús le respondió: «Tú lo has dicho» Mateo 26,25-26. Volviendo la mirada al cortejo procesional, éste continúa por la Gran Vía de San Marcos, retomando el camino hacia la Catedral por Santo Domingo, San Marcelo y Calle Ancha. Finalizando en la Plaza de Regla que a esas horas de la noche parece un espacio sacro: un retablo con un complejo programa iconográfico como es el imafronte de Santa María, llenos de fieles y devotos que esperan ver la solemne entrada de la Sagrada Cena a dicho recinto a la vez que desean formar parte del banquete sagrado consiguiendo un pedazo de pan bendito, y todo ello bajo la mejor techumbre: la bóveda celeste cubierta de estrellas.