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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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ACABO de ver en televisión, en un reportaje de mi hija Cristina, dos imágenes. Una muestra a Arnaldo Otegi y su compañero de armas Díez Usabiaga paseando sonrientes por la calle. Otra, al abogado general del Estado en la sede del Tribunal Supremo. No tienen mayor importancia: son la ilustración gráfica de la noticia de la impugnación de la llamada «lista blanca» de Batasuna, Aukera Guztiak. Sin embargo, contienen todo el simbolismo del momento que atraviesa la legalidad en el País Vasco. Los primeros circulan tranquilamente. No necesitan escoltas, porque nadie va a atentar contra ellos. Al abogado general no le veo medidas especiales de seguridad; pero, por el mero hecho de presentar su demanda, es un objetivo a batir. Ayer habrá sido incluído en alguna lista siniestra de los que coleccionan nombres para ejecutar. Los primeros, aunque no teman por su vida, representan la trampa y la amenaza constante. Están ahí para dar cobertura política a la violencia. El abogado, aunque haya pasado a ser una persona en peligro, es la serenidad de la ley. Ha sacrificado su Semana Santa para construir, al mismo tiempo que el Fiscal General, un dique de razones legales que impidan la vergüenza de ver a ETA en ese santuario de la democracia que es un parlamento. Ambos quedan ahora a la espera de lo que digan los magistrados del Supremo. Lo más probable es que a esa lista, Aukera Guztiak, le impidan presentarse a las elecciones. Ignoro si los indicios y pruebas que ayer se aportaron son los mejores o si tienen la debida consistencia jurídica. Son lo que son: todo lo que se puede probar de una organización mafiosa que organizó esa lista con el máximo secreto, buscando las personas más «limpias» y con una sola finalidad: burlar al Estado de Derecho, las leyes vigentes y tener presencia en la vida política desde un comportamiento propio de estafadores. La representación visual de esa trampa son los señores Otegi y Usabiaga, que caminan tranquilamente por la calle. Hoy, mientras se espera la decisión de los jueces y los previsibles recursos, este cronista no quiere anticipar nada. Pero sí quiere subrayar la diferencia entre el Estado democrático y los facinerosos. El Estado sabe perfectamente cuál es la intención de esa lista; pero su grandeza es, además, demostrarlo. Sabe qué van a hacer con sus hipotéticos votos; pero su nobleza reside en que lo impidan las leyes. En cambio, los dos paseantes de la sonrisa buscan el estraperlo de las urnas como legitimidad social para seguir matando. Es todo tan evidente, que produce sonrojo escribirlo. Pero no debe ser tan evidente, cuando tantos miles de vascos no consiguen verlo. Ni siquiera quien preside el gobierno de aquel país.