Diario de León
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ANTONIO PAPELL
León

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SERÍA sectario no reconocer que el presidente Rodríguez Zapatero ha logrado un éxito diplomático al cuajar la recién celebrada cumbre de Ciudad Guayana que ha oficializado la reconciliación entre Colombia y Venezuela, apadrinada por el brasileño Lula y por el propio Zapatero, y ha contribuido a anclar al atrabiliario Hugo Chávez en su contexto geopolítico. Chávez, antiguo golpista y dudoso demócrata, es, como nadie ignora, un populista visionario que, tras el hundimiento del régimen venezolano por la incapacidad de sus líderes y la insoportable corrupción de sus cuadros, se ha alzado como presidente constitucional de su país, elegido por dos veces con incuestionable mayoría y ratificado en un referéndum instado por la oposición. Enemistado radicalmente con el anterior gobierno español, Chávez, muy mal visto por Washington, se convirtió en un amigo incómodo de Zapatero, quien ante todo es un líder occidental cuya ligazón con los Estados Unidos, aunque coyunturalmente fría, no está en discusión. La relación se hizo particularmente difícil a raíz de la grave crisis diplomática entre Colombia y Venezuela suscitada por el secuestro en Caracas de un jefe guerrillero de las FARC colombianas. Y la solución ha sido habilidosa: la reunión cuatripartita, en la que han participado el colombiano presidente Uribe, aliado fiel de Estados Unidos, y el brasileño Lula, bien visto por el Departamento de Estado, ha sancionado la reconciliación venezolano colombiana, y ha ligado sólidamente a Chávez a su ámbito natural. Más vidrioso es en cambio el contrato firmado entre Venezuela y España para la venta por nuestro país de varias patrulleras y corbetas y de una docena de aviones de transporte militar (se han firmado asimismo otros contratos comerciales, uno de ellos relevante en el campo petrolífero, pero éstos no tienen recámara), que ha sido durísimamente criticado por el Partido Popular y que ha suscitado, al parecer, recelos en Washington, que teme una carrera de armamento en la zona. Es inocultable cierta contradicción entre el discurso español, que en la reunión cuatripartita ha abogado por la lucha contra el hambre y el terror en la región, y la venta de material militar (o, al menos, de doble uso civil y militar) a Venezuela, país que, por otra parte, está realizando compras masivas de armamento (es llamativa la adquisición de cien mil fusiles Kalashnikov para equipar a un ejército que no pasa de los 30.000 efectivos). Pero tampoco tiene sentido practicar a este respecto un angelismo que rozaría la ingenuidad. No sólo España sino también el pacifista Lula se dispone a vender armas a Venezuela. Y los Estados Unidos tienen escasa autoridad moral para impartir lecciones al respecto. Pero es que, además, el encargo de los buques dará una vital carga de trabajo a los astilleros militares de Izar, recién reconvertidos. Se puede legítimamente estar por principio en contra del comercio de armas en el mundo, pero no tendría sentido sacrificar la supervivencia de nuestras industrias por un prejuicio puramente retórico, del que se beneficiarían inmediatamente nuestros competidores.

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