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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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CASI UN año después de llegar al poder, el gobierno PSOE ha dado a luz su idea de reforma educativa. «La ley del facilismo», la llamó ayer Ana Pastor. No es un proyecto bueno ni malo. Es la nada. Es reformar por reformar. Es meter la cuchara en la educación por meterla. Es un hacer por hacer, para que nadie diga que el gobierno no tiñó de socialismo la formación no universitaria. Mirad el indicio: el aspecto más destacado en los medios informativos ha sido el número de asignaturas suspendidas que serán necesarias para repetir curso. Si ése es el aspecto más sobresaliente, díganme ustedes si era preciso llenar otra vez las aulas de zozobra e incertidumbre. Pues se hace. Y, entre todas las soluciones posibles, se eligió la menos conveniente. Cuando la necesidad de las aulas y de la sociedad es retornar a la cultura del esfuerzo, se minimiza el valor del suspenso, aunque sea en asignaturas troncales. A los itinerarios se les cambia de nombre. A las autonomías se les otorga un poder tan grande sobre los planes de estudios, que, en vez de caminar por la senda de la superación de diferencias -base del actual proceso de disgregación nacional-, se opta por agravar la situación. Por si estos acentos fuesen poco inquietantes, la futura ley tiene algo peor: será la ley de un solo partido político o, como máximo, del tripartido camuflado que nos gobierna. Una vez más, se ha caído en la tentación -parece que inevitable- de hacer una reforma educativa sin contar con nadie. Rodríguez Zapatero, como todos los presidentes que le han precedido, se siente dueño de una vara mágica capaz de resolver los problemas educativos. Sus propósitos de gobernar de forma distinta se estrellan sistemáticamente contra la realidad: sólo pacta con aquellos cuyos votos son imprescindibles para sacar adelante las leyes. A los demás, ni agua. Los consejeros autonómicos de Educación se enteraron el miércoles del contenido de la reforma. No hubo el detalle previo de escucharles, por si tenían algo que aportar. Estamos, pues, ante otra ley provisional. Durará el tiempo que dure este gobierno. Ni un curso más. Es una especie de condena que sufre nuestra sociedad. A la señora Sansegundo le ha ocurrido lo que a todos los que ocuparon su despacho: le ha faltado la grandeza histórica de lograr un pacto de estado por la educación, para que su obra fuese permanente en el tiempo. Lo cambió todo por el raquitismo de poner su sello personal. Pero es inútil predicar estas cosas. Sigue ocurriendo lo que denunció Henry Kissinger: los políticos, al llegar al poder, son incapaces de aprender nada nuevo. Ni siquiera de aprender de la experiencia. No hacen nada que contradiga sus convicciones. Y así nos va.