EL RINCÓN
Tampoco quiere perdérselo
A JUAN Pablo II lo enterrarán mañana en la cripta de Papas de San Pedro y está asegurado un lleno hasta la bandera. Asistirán a la laboriosa ceremonia centenares de jefes de Estado y el funeral será oficiado por el férreo monseñor Ratzinger, como decano del colegio cardenalicio. Será, como es lógico, un gran acontecimiento y hay personas a quienes lo que más les gusta en esta vida transitoria es precisamente eso: estar presentes en los grandes acontecimientos. Entre los que no quieren perdérselo figura Ali Agca, el turco que intentó adelantar uno de esos acontecimientos en 1981 y disparó sobre Su Santidad en la Plaza de San Pedro. Se dice que el asesino tenía una puntería magnífica, pero al parecer la Virgen de Fátima alteró el punto de mira de su arma. Después, el Papa, dándonos una lección práctica a todos sobre el perdón, lo visitó en la cárcel y hablaron mucho. Por lo visto, congeniaron. Y ahora el frustrado criminal quiere asistir a los funerales y pedirá a las autoridades de su país que le permitan viajar a Roma. Ali Agca, al que le salieron bien otros asesinatos perpetrados con anterioridad en su tierra natal, ha explicado muchas veces cómo intentó que la biografía del hombre más influyente del último cuarto de siglo fuera más corta. Pretendía, en sus propias palabras, «dejar una huella en la Historia a través de un acto terrorista», pero sólo consiguió dejar malherida a su víctima y que le tomaran a él las huellas digitales antes de encerrarle. En su estancia en las celdas le dio tiempo a arrepentirse y ahora dice que se alegra mucho de haber fallado y que admira al Papa. El turco, mercenario o fanático, lo considera «la última fortaleza moral para la defensa de Occidente». Un tipo así tiene derecho a asistir a los grandiosos funerales, si bien habrá que tomar las debidas precauciones. No sea que se quiera cargar a algún papable. Contra las vocaciones fuertes no se puede luchar.