AL TRASLUZ
Los coherentísimos
NO MERECE la pena indignarse con esos pocos diputados que no se levantaron durante el minuto de silencio por el fallecimiento del Papa. Son los coherentísimos. Llamazares prefirió salirse al pasillo. Aspira a gobernar, es decir, a representar a todos los españoles, no sólo a quienes le votan, y eludió el minuto de silencio por un pontífice. Quizá, algunos de quienes se levantaron hicieron sólo un gesto testimonial, pero no se les pedía salir en procesión, tan sólo respeto. Quien esto escribe nunca habría ido a la cena homenaje a Carrillo, y no por lo escriben de él Moa o De la Cierva, sino por lo que denuncian sus propios compañeros de viaje. Ahora bien, si hubiese fallecido y me piden un minuto de silencio lo habría cumplido, y en pie, pues el respeto es compatible con la discrepancia, incluso con el antagonismo. El intransigente suele presumir de su coherencia, a la que valora por encima de cualquier otro valor. Recela siempre de la evolución, no digamos de quienes se revisan a sí mismos y modifican o matizan convicciones. Aunque lo importante no es tanto ser coherente, como a qué lo eres, pues son las contradicciones, sobre todo si provienen del corazón, las que nos enseñan a ser flexibles. La certeza más arraigada puede venirse abajo en un segundo; por un golpe de luz, o por uno de sombra. Joan Tardá, de ERC, afirmó ante Marín: «un minuto de silencio es demasiado largo». Pues sí, caben muchísimas estupideces en sesenta segundos. Un buen político sabe la diferencia entre respeto institucional e identificación ideológica. Por eso, Castro no ha claudicado de su comunismo. Simplemente, supo estar a la altura del momento histórico. Nuestros coherentísimos...no.