Diario de León
León

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HABEMUS centenario y nos crecen los quijotes. En las librerías, en la calle, en los teatros, en los pupitres y en los acontecimientos literarios y hasta en los políticos. Quien este año no ponga un quijote en su programa no vende un real. Abril, con sus lluvias mil, será también el mes de los quijotes mil. Las mil y una lecturas de la obra cervantina harán eco más allá de las estrellas, pero quijotes, lo que se dice quijotes ya no quedan, si es que algún día los hubo más allá del ingenio de Cervantes. Queda el largo rastro del mito quijotesco que surca la literatura y las inquietudes de los escritores, del ser humano, desde el siglo XVII hasta los tiempos modernos. El quijote transformado en mujer por Charlotte Lennox para inventar un espacio/tiempo de poder (de la mujer sobre el hombre) impensable en la realidad de la vida cortesana; o el quijote en la figura del contemporáneo Ulises y en la novela de Paul Auster.El quijote muerto de Andrés Trapiello (felicidades por el Lara) que revive gracias a los ecos de recuerdos y añoranzas en las voces y sentimientos de ama, sobrina, cura, barbero, Sansón Carrasco, Sancho Panza... de quienes le conocieron y trataron en vida y le quisieron y aceptaron con toda su fantástica locura. Los quijotes son en realidad los sueños que el ser humano no se atreve a reivindicar en estos tiempos de emergencias desatendidas y elevadas a la categoría de arte, como en la primera exposición del Musac, que mira a donde miraría un quijote; en este caso son los artistas más jóvenes utilizando los medios de expresión de masas.

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