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Publicado por
ENRIQUE CIMAS
León

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DESPUÉS de la lectura diaria de los periódicos corrientes me dedico durante un par de horas a revisar la prensa digital. Y hete aquí que el día 4 me echo a la cara una entrevista que le hacen a Aurora Mínguez, veterana, aunque joven periodista, y responsable de un espacio en RNE. En algo de lo que manifiesta la informadora, coincido : esperanza en una Europa unida (pese a que los datos que aportan los sensores de la actualidad no sean optimistas¿), respeto a la objetividad informativa, especialización en los diversos campos de la comunicación, y conveniencia de un estilo informativo atractivo y didáctico . Por el contrario, y desde un plano crítico afirmado en la fraternidad cristiana, rechazo sus manifestaciones sobre Juan Pablo II. Por ejemplo, en un determinado pasaje de la entrevista (y después de haber equiparado la dimensión histórica y moral del Papa fallecido con las figuras del Dalai Lama y de Bush, al menos en cuanto a resonancia universal) dispara esta andanada: (¿) «Hemos estado permanentemente criticando a este papa porque en el tema moral estaba dando pasos hacia atrás, más que hacia adelante». En fin, utiliza esta periodista su derecho a opinar. Y opina eso. Y esto otro en lo referente al aparato mediático movilizado en torno al luctuoso hecho: «Terrible. Me ha parecido excesivo, redundante, hastiante (¿)». Aseverar eso es poner de relieve su opinión. No obstante, que ese parecer se atenga a la verdad es cuestión distinta. En periodismo se afirma que los hechos son sagrados y las opiniones libres. Es, en efecto, la utilización de una facultad suya; pero también, y paralelamente, es su problema. Problema, porque traspasa los límites del reparo, incluso del reproche, hollando los territorios de la verdad y la objetividad ; usando -o abusando- del no derecho a faltar al Santo Padre de manera gratuita. Y problema también, porque implícitamente está afrentando a millones de personas que en el mundo atestiguan la fuerza precisamente moral, y también solidaria, amorosa y paternal, del Papa Wojtyla. No se da cuenta la mencionada informadora de que el notable número de enviados especiales, y los abundantes elementos técnicos utilizados por los mass media para cubrir un hecho de dimensiones históricas, no está en función de solicitud vaticana alguna, sino de la espontánea decisión -comprensiblemente competitiva y genuinamente informativa- de la clase mediática. Y puedo jurar por lo más querido de mi profesión que los responsables de los entes comunicadores no mueven un dedo que no haya sido «cortocircuitado» por una chispa del interés público y social. Por aquello que antaño se explicaba en las Escuelas de Periodismo : el interés de la noticia (a lo que, curiosamente, ha respondido ahora con notable acierto Radio Nacional de España, en imágenes y locuciones de sus excelentes redactores Ana Blanco y Ángel Gómez Fuentes, entre otros). Juan Pablo II no llamó a nadie para que lo televisaran. Resultó ser al revés, le televisaron en viajes y solemnidades porque el pueblo así lo requirió. En este terreno hay que admitir que el Papa Wojtyla tampoco defraudó a nadie. Repitió, como si se tratase de un salmo secular de alabanza a Dios, o de de un inalterado rosario de convicciones sacrosantas, su mensaje de amor dimanado del propio acto redentor del género humano por Cristo en la cruz. Por tanto, en su pedagogía sobre moral social, o bioética, incluso de su obsesión pacifista, el Papa resultó ser un insuperable comunicador. Siempre abierto a la humanidad entera; a los desdichados y pobres en general y a algunos colectivos en particular: jóvenes, mujeres desvalidas, pueblos oprimidos y deprimidos, enfermos y atribulados por cualquier causa ; dando varias vueltas al orbe para propagar su palabra (la voz de quienes no tienen voz) y su cariño de padre. Y enumerando estos estratos sociales, pienso que tampoco fue menguado su afecto por los periodistas. Ha pisado tierras movedizas mi colega. Se equivocó en lo taxativo de la puntualización de su crítica al Pontífice (¿) «que en el tema moral ha dado pasos hacia atrás más que hacia adelante»¿ Porque si hay algo que prioritariamente debamos agradecer a Juan Pablo II, es sin duda el impulso moral inyectado a esta mayoritariamente doliente humanidad de finales del segundo milenio y comienzos del tercero. No hace falta demasiado esfuerzo para consultar un diccionario (yo recomendaría el Catecismo de la Doctrina Cristiana ) y leer lo que dicen sobre moral : «Ciencia que trata del bien en general y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia». Y esto, ¿de verdad lo contraviene el mensaje de Juan Pablo II ?... Afirma el propio Papa en su Carta apostólica « Novo Millennio Ineunte » (Al comienzo del nuevo milenio) : «Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva no tanto y no solo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno». Ahora, si a lo que la periodista citada deseaba referirse en su acerba crítica «moral» al Pontífice, es a la oposición de éste a las contracepciones y al aborto, a la manipulación en los procesos naturales de la vida humana; al terrible embrollo de las situaciones sobrevenidas por los «matrimonios» entre géneros iguales y su capacidad de adopción de menores, etc., en ese caso, y frente a tan borrascoso panorama, no cabe más moral que la pregonada por él. Aquella que invariablemente aplica la Iglesia de Cristo y explicaba -como todos sus antecesores- el Santo Padre polaco. No es posible el revisionismo de la moral cristiana porque, por esa espiral de «aggiornamientos» a la carta, se iría a la destrucción de una Doctrina y unos fines sobrenaturales mantenidos por la fe en Dios, y el heroico testimonio -sangre y persecuciones- de millones de seres, a lo largo de la historia. Resulta improcedente hablar -en el seno de la Iglesia y fuera de ella- de «progresismos» y «conservadurismos». No hay más «ismo» que el Catecismo. Y si la Teología es la ciencia que trata del Dios uno y verdadero, su antítesis sería apellidarla con criterios «doctrinales» particularistas, en perjuicio de la Doctrina por antonomasia. Criterios que casi siempre caen del lado de la política de los hombres, a la que por cierto, también asiste la Iglesia con su acción espiritualmente clarificadora y moralmente orientadora. Tarea que en este mundo ejerció de forma generosa quien, padre y pastor a la vez, fue, asimismo, un comunicador nato.