Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HAY PERSONAS a las que les encantan las películas de terror: no se conforman con saber que el barril de petróleo, que ahora está en los 57,65 dólares, puede situarse en los 100. A otros no les basta con las declaraciones del ex presidente Aznar, que anuncia que España, a cuyo tamaño nos habíamos acostumbrado, va a ser más pequeña, ya que en su criterio «el País Vasco va de cabeza hacia la independencia». Todo son malos presagios y sólo ven la luz los que siguen el rastro luminoso de Juan Pablo II, al que empiezan a atribuírsele los milagros necesarios para su beatificación, trámite imprescindible para que sea declarado santo. Creo que sería justo. Si en la tierra escaló montañas, no debe encontrar dificultades en subir a los altares. Personalmente, siempre le tuve una gran admiración desde que me entere de que era un especialista en San Juan de la Cruz y de que había picado piedra. Un gran hombre sin duda, con una voluntad sobrehumana. Ya hay testigos de curaciones milagrosas por su intersección: mudos a los que devolvió el habla y paralíticos que gracias a él están en disposición de participar en las próximas Olimpiadas. No exijamos que a algunos cojos le retoñen las extremidades inferiores. Hacen falta arquetipos y modelos, ya que hemos avanzado en todo menos en conducta. Sólo se airean los desastres y eso nos hace parecer peores incluso de lo que somos. La mortalidad registrada en el servicio de Urgencias de Leganés ha triplicado a la de otros hospitales similares. El equipo médico del doctor Montes era conocido por sus colegas como Sendero Luminoso y eso siempre da motivos para la sospecha. Todos sabemos que en cualquier pueblo, por muy limpia que sea su atmósfera y muy puras sus aguas, a la larga, el índice de mortalidad es del 100 por 100. ¿Cómo es que eran tan eventuales los huéspedes de ese hospital? Incluso los partidarios de la eutanasia -que Juan Pablo II nos perdone- estamos un poco mosqueados. Hay que exigir otras condiciones: la primera la reiterada petición de convertirse en difunto del enfermo incurable que padezca insufribles dolores.

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