Cerrar
León

Creado:

Actualizado:

MAÑANA, miércoles, tenemos un gran Shakespeare en el Auditorio, nada menos que Julio César , esa obra que políticos y trepas deberían estudiar. Tengo buenas referencias críticas de la adaptación, aunque sigo anhelando representaciones shakesperianas que respeten cierto clasicismo en la puesta en escena, sin que el innovador de turno se sienta obligado a epatarme con ocurrencias. Vamos, que sigo sin comprender por qué en La tempestad aparecía una señal de stop, pese a transcurrir en una isla. Hace poco, los melómanos ingleses se indignaron con una representación de la ópera wagneriana El crepúsculo de los dioses , en la que Brünnhilde aparece como una terrorista que se vuela a sí misma. Hay que aportar, pero a veces queda un poco forzadín. Podemos convertir a Mary Poppins en mayordomo, pero ¿tiene sentido travestirla de toreo? Hay que ser un genio como Orson Welles para que los cambios estén a la altura del maestro ( Macbeth , Campanadas a medianoche ). O como Kurosawa ( Trono de sangre, Ran ). También son excelentes las visiones de Branagah o Taymor. Pero confieso además mi devoción por la maestría clásica de Olivier, de Gielgud, de Brando... Clasicismo, pero sin prejuicios reaccionarios. La clave: ver y después juzgar. Recientemente recibí una lección a este respecto. Tenía reticencias ante La Traviata , con escenografía de Pizzi, que fue retransmitida desde el Real, pues había leído comentarios negativos sobre ella... y me entusiasmó. No se puede innovar lo que no se ama. No se puede innovar sin humildad, esa palabreja que espanta a quienes confunden vanguardia con echarle gaseosa al Vega Sicilia.