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DESDE LA CORTE

El ciclista y el público del arcén

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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TODOS PENSAMOS s que el Plan Ibarretxe ha muerto y todos le deseamos que descanse en paz. Amén. Pero Ibarretxe, que es el padre de la criatura, se resistirá a enterrarlo. Este hombre es un ciclista que dedica los fines de semana a escalar los montes en su bici -yo le oí confesar que hace setenta kilómetros de una tacada-, y está acostumbrado a pedalear cuesta arriba. Además, quienes han negociado con él cuando era consejero de Economía no recuerdan una sola ocasión en que haya cedido ni un milímetro en sus posiciones. O sea, que lo más probable es que lo veamos durante algún tiempo como una Juana la Loca del siglo XXI con el ataúd de su Plan el Hermoso por las campas de la Euskadi irredenta. Desde luego, esa es l a impresión que me produjo el domingo por la noche, en su interpretación de las urnas. Descontado aquello de la «victoria agridulce», el «ari ari ari, Ibarretxe lehendakari» no presentaba la menor intención de cambiar. Al revés: seguía hablando de presionar como si acabara de obtener una gran mayoría. Se veía a sí mismo como una especie de Moisés que sigue llamado a redactar la hoja de ruta y conducir a su pueblo por el desierto que se abre. Y recordó, aunque no hacía falta, que es él quien reparte las cartas. Es cierto que ofrecía diálogo a todos, pero el concepto «todos» en su boca tiene un significado muy relativo. Tan relativo como la palabra negociación. Hago estas referencias personales, casi psicológicas, porque me parecen determinantes para la formación de su nuevo gobierno. Una de sus posibilidades es pactar con los socialistas, lo cual haría la felicidad de ese Zapatero que aspiraba a convertir a su partido en «determinante». Pero, ¿va a sellar un pacto con quien le pedirá (si no hemos perdido todos el sentido común) la retirada formal de su criatura? El hombre que ha dado más pasos hacia la independencia con su proyecto de «libre adhesión», ¿va a dar un paso atrás con esa renuncia? Me cuesta trabajo creerlo. Mi tesis provisional es otra: lo que a Ibarretxe le pide el cuerpo es conseguir el apoyo de los batasunos. Un escalador los ve como ese público de las vueltas ciclistas que aplaude, empuja y alienta. Es verdad que a veces son molestos porque se cruzan en el asfalto y pueden provocar una caída, pero dan mucha moral. Son el remedio contra las pájaras. ¿Cuál es el problema? Que el libro de instrucciones del ciclista dice que nunca debe aceptar ni agua ni vituallas de esos forofos, porque pueden contener somníferos o estar envenenadas. Habrá que someter esos avituallamientos a control sanitario. Mientras se hace, preparemos el espíritu para ver cualquier cosa. Si la meta final es la independencia, nadie como ellos para jalear al escalador.