Diario de León
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JOSÉ CAVERO
León

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FINALMENTE, en la tercera humareda del cónclave, el humo resultó blanco, y supimos que había nuevo Papa, sucesor de Juan Pablo II. Unos minutos más tarde, tras tensa espera, se nos comunicó que el nuevo Papa era el hasta hacía unos minutos, papable cardenal Ratzinger, «excelentísimo y reverendísimo don José, cardenal Ratzinger», que ha adoptado el nombre de Benedicto XVI para su mandato papal. ¿Qué puede decirse de Ratzinger?. Que era el papable por excelencia, desde el primer momento, y que los días finales de Juan Pablo II y la propia muerte del anterior pontífice sirvieron para popularizar un poco más su nombre y sus características. Él ofició el funeral por Juan Pablo II y él efectuó la homilía de la misa previa al inicio del cónclave, la misa «de eligendo Papa», en el que venía a sintetizar su propia doctrina esencial, contra toda clase de aventuras en materia de fe o de ausencia de fe. Pocos desconocen que Ratzinger posee una capacidad intelectual extraordinaria y que es un primerísimo teólogo, con una mente privilegiada. Cuentan quienes le han tratado y conocen su trayectoria que en la Universidad en la que impartía clase, sus aulas estaban siempre a tope, e incluso se llegaba a cobrar un marco a los alumnos que llegaban de otros cursos o de carreras distintas. Pero pocos desconocen, también, que ha venido siendo la representación por excelencia de la tradición en la moral católica y la máxima representación de posiciones inmodificables. En efecto, durante los últimos años, en la última década, en particular, Ratzinger ha venido siendo, por excelencia, el defensor del dogma, el máximo representante de la Iglesia más conservadora, enemigo acérrimo y perseguidor constante de la teología de la liberación y de los teólogos más progresistas y avanzados. Ratzinger ha sido el cancerbero del dogma católico, y contra él se han estrellado los teólogos «progres»: Hans Kung, Leonardo Boff, Ernesto Cardenal, o nuestro teólogo doméstico y seglar Miret Magdalena, por ejemplo. Los mejores conocedores de la situación interna de la Iglesia habían advertido que no cabía esperar tal cosa, sino una nueva representación del conservadurismo y de la tradición, como efectivamente ha sucedido. La Iglesia no da saltos. Es seguro que la elección del Papa Ratzinger habrá defraudado a más de uno, que habrán pensado lo que en la tarde de ayer proclamaba muy osadamente Gaspar Llamazares: el Espíritu Santo se ha equivocado en su elección y designación. Tampoco se excluye que el nuevo Santo Padre pudiera sorprender.

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