DESDE LA CORTE
Ratzinger contra Benedicto XVI
EL PRIMER problema del nuevo Papa se llama Ratzinger. Por lo menos, el primer problema para su nombre de Benedicto XVI. Y es que el Pontífice tiene apellido. Un apellido con historia y significado. Deberá pasar mucho tiempo hasta que Benedicto XVI se imponga sobre él. Cuando fue elegido Juan Pablo II, llamarse Wojtila sólo significaba algo en Polonia. En el resto del mundo era un desconocido. En cambio, cuando se dijo desde el balcón del Vaticano «habemus Papam, Josephum Ratzinger», todo el mundo informado sabía de quién se estaba hablando. Y una parte de ese mundo lo recibió de uñas. Ratzinger seguirá siendo el problema de Benedicto XVI hasta que el nuevo sucesor de Pedro empiece a desarrollar su programa. Se seguirán enfrentando el hombre Ratzinger con fama de duro e intransigente y el pontífice Benedicto, que no puede permitirse el lujo de causar rechazos. Y en este punto, señores, hay que quitarse el sombrero. En menos de horas veinticuatro, en menos de un día de calendario, ¿se han dado ustedes cuenta de lo ocurrido? Si oyen la radio, si ven la televisión y supongo que si hoy leen los periódicos, quizá perciban la misma sensación que yo: parece que no estamos hablando de la misma persona. Se ha dado la vuelta a la imagen del nuevo Papa, como si el Espíritu Santo hubiera hecho horas extraordinarias. Quien en la tarde del martes representaba la dureza, el orgullo y la firmeza dogmática, ahora es un hombre mucho más abierto de lo que pensábamos. Quien ayer mismo fue presentado a toda plana por un diario como «Papa duro», ahora es un hombre todo bondad, timidez personal y sencillez. Quien era visto como un personaje arrogante en su sabiduría, ahora es una persona dotada de la virtud de la modestia, un humilde trabajador de la viña del Señor. Y quien había apostado por el Papado ante el cuerpo frío de Juan Pablo II y había dado consejos desde una visión un poco apocalíptica de la realidad del mundo, ha recibido un «inmerecido nombramiento». Este cambio no se produjo en un año. Ni en un mes. Ni en una semana. Se produjo, como he dicho, en menos de 24 horas. Falta por estudiar su calado en la opinión pública, porque hasta ahora sólo es un efecto mediático. Pero me parece fascinante. En mi vida he vivido un caso de tan rápida transformación de cuanto se dice de un cargo público, civil o religioso. Es un prodigio para elaborar apasionantes tesis sobre imagen. Y es que cientos o miles de obispos, curas, teólogos y demás gente piadosa, puestos a difundir un mensaje y a predicar su verdad, son un ejército. Deben tomar nota quienes dudan (empezando por el actual gobierno) del poder de los púlpitos. Y los púlpitos, ahora, están en los medios de comunicación.