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Publicado por
JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA
León

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CORRÍA el año de gracia de 1158 (tan gracioso fue que comenzaron a circular los maravedíes de oro por La Sobarriba) cuando, hete aquí, por esas cosas de la vida y de San Isidoro, previo milagro atmosférico, arrancó la tradición en virtud de la cual el Corregimiento leonés acude una vez al año al templo del mismo nombre para ofrecer un cirio de arroba cumplida y dos hachas de buena cera al «Patrono de este Nobilísimo Reino». Por supuesto, en forma agradecida y voluntaria; no obligatoria como dicen los canónigos isidorianos con su empecinado abad a la cabeza. Pero, ya se sabe, los curas son así. Y más ahora que están de moda. De tal suerte leonesa, milagrera, religiosa, cívica, tradicional, protocolaria y, tal vez municipalmente agresora (aunque el Cabildo Isidoriano también arremete lo suyo), el próximo domingo del presente y también año de gracia 2005 (en este caso, vaya usted a saber qué gracia tiene) se insistirá por ambas aquellas partes en el litigio foro-oferta que, lamentablemente, siempre queda en tablas a pesar de los contundentes argumentos municipales reclamando la voluntariedad de la ofrenda libre y generosamente espontánea. Pudiera que este año de gracias, los razonamientos, réplicas y objeciones de Mario Amilivia, a la sazón regidor de esta ciudad de Dios nos libre, se acabara la controversia. Y, finito el asunto. Es posible. Así y todo, sería una pena. Las Cabezadas son feliz, permisiva, afectiva y protocolaria fórmula para cantar las cuarenta a la curia sin que caigan sobre nosotros todas las penas de las Calderas de Pedro Botero. El arriba firmante tuvo el honor de actuar como síndico en el año 1997 y se las cantó literalmente a su oponente. Fue uno de mis mayores orgullos, digo orgullos, que el devenir político tuvo a bien otorgarme; de los muchos que tuve la suerte de compartir con mis compañeros -unos cuantos, de un color u otro- desde 1995 hasta la fecha. Algún día habrá que apuntar unas notas sobre la función del concejal ejerciente, en verdad deteriorada en la calle, con el fin de valorar su labor diaria. Tanto monta, sean gobierno u oposición. Bueno, el timón bien articulado sobre el codaste de la nave hay que saber dirigirlo para gobernar a aquella en singladuras ambiciosas. Y, tal como se demostró en su momento, se llevó a buen puerto. Pero, esa es otra. A pesar o por fortuna de todo ello, en cuestiones «cabezonas», todos estamos de acuerdo. ¡Viva! Contra el Cabildo Isidoriano hay consenso. ¡Viva!, y deseo que me comprenda el joven abad y sus canónigos. Buena gente todos. No obstante, hace unos treinta años vengo observando que el espectador se repite con sagas familiares que no mutan ni crecen. ¿Dónde están los nuevos jóvenes para asistir a una de las representaciones más singulares de la crónica de esta ciudad? ¿Dónde están los leoneses que autotitulándose como tales se olvidan de tan grato evento tradicional? Aquí, todo el mundo te comenta las bondades de la más que secular tradición leonesa pero jamás les ha echado la vista encima el gallo de San Isidoro. Y, advierto, el arrogante galliforme que nos sobrevuela, todo lo otea y de todo toma nota. Aunque le hayan cambiado su áurea y gallarda prestancia por otras aleaciones más prosaicas y baratejas. Jóvenes y talludos: el domingo día 24 tenéis una cita inexcusable en el claustro de San Isidoro. La batalla dialéctica será sonora. Parece ser que el alcalde defenderá con ardor y argumentos contundentes la voluntariedad de la oferta. En todo caso, insisto en la advertencia, cuidado con el gallo. No gallea como ciertos elementos de la especie humana, pero se fija mucho. ¿No es así, don Antonio Viñayo? ¿No es así, estimado y neonato abad? Allí os esperamos para aplaudir el triunfo del municipio sobre la curia.