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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LA PROCLAMACIÓN como Papa de Joseph Ratzinger parece que ha tenido más éxito de público que de crítica. Su presentación en sociedad fue vista por 8,5 millones de espectadores en España y la ofrecieron todas las cadenas. Esa cifra supone más del veinte por ciento de los compatriotas y según los contables del imprescindible electrodoméstico batió la plusmarca de audiencia del año, que hasta ahora ostentaba un capítulo de «Aquí no hay quien viva». Coinciden dos circunstancias: nos gustan mucho los espectáculos y nos gustan mucho los sofás. Venimos de generaciones que sólo disponían de sillas, pero ahora incluso los más pobres acomodan sus posaderas en lugares más blandos, aunque estén forrados de odioso 'skay'. Por otra parte, hay que reconocer que el montaje fue espléndido y el movimiento de masas color púrpura hubiera hecho palidecer de envidia a Cecil B. de Mille, que jamás contó entre sus colaboradores con Miguel Ángel. La crítica, en cambio, no se ha mostrado tan encantada como el público. Al nuevo pastor de la Iglesia ya hay gente que le llama 'el pastor alemán'. Otros recuerdan su actitud con la llamada teología de la liberación, con las bodas entre homosexuales o con el sacerdocio de la mujer. Nadie discute ni la gran cultura ni la gran personalidad del nuevo Pontífice, pero muchos fieles esperaban que la paloma del Espíritu Santo, que no se equivoca, eligiese o inspirase a los electores otra persona. Más indulgente o, por lo menos, un poco más dúctil. Al mismo tiempo que presenciábamos extasiados la sublime tramoya, una expedición de inmigrantes subsaharianos llegaba a Tarifa con varios bebés y cuatro mujeres embarazadas. Uno de los niños murió de frío tras cruzar el Estrecho en patera y una de las mujeres se puso de parto. Puede decirse que nada tiene que ver una cosa con otra, pero sí tienen que ver. Mucho. Rossuet dijo que «todo el cristianismo se reduce a la caridad».