CON VIENTO FRESCO
Un Rey bastante republicano
LA RESPUESTA de Rodríguez Zapatero a una cadena de radio el 14 de abril, conmemoración de la Segunda República, a cerca de don Juan Carlos al que calificó como «un rey bastante republicano» es, más allá de una boutade o una contradicción en sus términos, la mejor expresión del talante del que presume el presidente: la de contentar a todos. Quiso quedar bien con los monárquicos, aunque les ofendiera su desfachatez, y hacer un guiño cómplice a los republicanos, pese a mostrar una terrible incuria intelectual. Hubiera sido más honesto decir que, como socialista, se siente republicano y que aspira a que en el futuro España sea una República; pero que mientras el pueblo lo quiera y así se contemple en la constitución aceptará, como forma accidental, la monarquía. De este modo sería leal con la actual forma de Estado, sin renunciar a sus ideas políticas. Gobernar no es decir a todo que sí, ni contentar a todos, sino cumplir los programas electorales y, en caso de no tenerlos, tomar decisiones justas que favorezcan a la mayoría aunque sin agraviar a las minorías. En el año de gobierno de Zapatero, que se conmemora estos días, no ha sido realmente así. No sé si son tantos los incumplimientos ni tampoco si las autoalabanzas de Zapatero y sus turiferarios tienen justificación, aunque no dejo de reconocer que algunas de sus promesas sí las ha cumplido desgraciadamente. Lo que sí sé es que el supuesto talante de hombre conciliador y dialogante no se corresponde con la realidad de los hechos. Sólo me detendré en algunos aspectos que no me gustan. No me gusta el clima enrarecido que crea su política de división entre los españoles. Es obsesiva su pretensión de echar fuera de la política al PP y ocupar, con los nacionalistas, todo el espacio. Tampoco su satanización del adversario. Es él quien está alentando la reapertura del enfrentamiento que fue la Guerra Civil, con su apoyo expreso a movimientos como los de la recuperación de la mal llamada Memoria Histórica; la eliminación, con nocturnidad y alevosía, de los símbolos de una de las partes del conflicto esperando con ello radicalizar al PP o posibilitar el renacimiento de la extrema derecha, cosa que está logrando; reabriendo juicios de hace decenas de años que enconarán aún más la convivencia entre los españoles. Es el leonés Zapatero quien, cediendo al chantaje de los nacionalistas catalanes, va a desmantelar sin motivo el archivo de la Guerra Civil de Salamanca, agraviando a los castellanos y leoneses en los días previos a la fiesta de la comunidad. En relación con esto, también ha sido Zapatero quien con su indefinición sobre la estructura territorial del Estado más ha contribuido a enfrentar a las comunidades, favoreciendo a unas en detrimento de otras, y lograr de este modo el apoyo de los nacionalistas a su gobierno minoritario, sin importarle las consecuencias de esa política. El chantaje de Maragall, criticado por algunos líderes socialistas, está creando recelos y mucha preocupación. En el País Vasco la no ilegalización del PC de las Tierras Vascas, por razones partidistas, ha arañado votos al PNV pero ha creado un problema mayor al facilitar que los partidarios de ETA entren nuevamente, y con más fuerza, en el parlamento de Vitoria. Todo esto llena de preocupación al resto de los españoles. No me gusta tampoco el enfrentamiento gratuito con la Iglesia -suavizado estos días por las multitudinarias manifestaciones de los católicos durante la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI-, ni la actitud anticlerical y el laicismo militante que Zapatero y alguno de sus ministros alientan, buscando exasperar a los católicos o desoyendo sus reivindicaciones en temas como el de la enseñanza de la religión, la investigación con células madre, la eutanasia o la reciente legalización del matrimonio entre homosexuales. Sin duda, no se puede gobernar para todos, pero mucho menos se debe gobernar con prepotencia contra las creencias mayoritarias de la población.