Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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QUEDARÍA más fino un título que dijera arte de irritar, pero no es lo mismo. No hay sinónimos, sino conceptos aproximados. Si hubiera dos palabras iguales no se habría inventado una de las dos. El vocablo irritar concuerda más con la provocación de la ira, elemento que no siempre comparece en los estados de cabreo, que pueden ser sordos o mudos. Según el diccionario, que fue el único libro que me recomendó Azorín («ábralo al azar», me dijo), la palabra cabrear es, en su segunda acepción, que es la que utilizo, «enfadar, amostazar, poner a alguien malhumorado o receloso». Parece que eso se ha convertido en un propósito general, hasta el punto de que podría hablarse de la globalización del cabreo. Están cabreados los obispos con eso del matrimonio entre homosexuales. No quieren declarar marido y marido a dos señores, ni mujer y mujer a dos señoras, y han estado a punto de darles un plantón a los ministros de Rodríguez Zapatero en una cena oficial en Roma. Por fortuna, ejercitaron la virtud de la prudencia, que por cierto frecuentan más que otras no menos admirables. El Gobierno ha decidido que, puesto a ser progresista y avanzado, debe ir más lejos que la mayoría de los países. Su actitud recuerda a la de aquel señor que decía que a él, en cuanto a modestia, no había nadie que le ganara. Además de los eclesiásticos, están cabreados los policías. Tienen un trabajo ímprobo. La retirada de las estatuas ha alentado a algunos grupos de extrema derecha, o así denominados, y se producen manifestaciones y revueltas. ¿Era urgente desmontar a algunos jinetes de sus victoriosos caballos? La guerra civil fue la mayor catástrofe de la historia de España, al menos así lo pienso yo porque me bombardearon la infancia, pero es inverosímil pretender cambiar los partes de esa guerra. Pasó lo que pasó, pero por lo visto todavía no ha terminado de pasar.

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