EL BALCÓN DEL PUEBLO
El palomar del sordo
ESCRIBE mi compañera Verónica Viñas que Victoriano Crémer ha vuelto a embarcarse en una aventura literaria. En la última. No me lo creo. En el cajón de mi despacho guardo sus memorias del 40 al 60, veinte años prodigiosos, de acritud y desamor, de ternura y desesperanza, esperando al editor. Veinte años de fusta, aplastamiento y privación. Un «joven» como Crémer, a punto de cumplir un siglo, no dejará de escribir hasta que se le apague el último aliento. Tal vez, como a los Papas, haya que colocarle ante sus labios la vela para confirmar que la llama no se cimbrea. Ayer, en el salón de plenos del Ayuntamiento, presentó su libro El Palomar del sordo. Poesía en llamas . Es una reflexión ante la muerte. En la plaza de San Marcelo se escenificaba teatro de calle, música, títeres, circo y danza. Mi admirado Luis Artigue presentaba el libro de Marcos Guiralt Torrent Los seres felices ; Eduardo Mendicutti firmaba ejemplares de la novela California , y algo más arriba, en dirección al Húmedo, según se sube a mano derecha, Sergio Barrios se daba a conocer en el Palacio de Don Gutierre como poeta de sinceridades. Pero el acto cumbre estaba en el salón de plenos del antiguo Consistorio de San Marcelo. Allí, Victoriano Crémer y Ramón Villa, autor e ilustrador, respectivamente, le quitaron el celofán al regalo: un poemario de 40 suspiros de muerte y de vida, y otros tantos grabados. En total, 200 ejemplares al precio de 600 euros cada uno. No es moco de pavo. Algo sólo reservado a bibliófilos, coleccionistas de arte y ricos. Yo esperaré a la edición de otoño. En otoño se caen las hojas y también los precios. Entonces costará 30 euros, aunque eso sí: la edición será de bolsillo. Mi soldada no me permite comprar «joyas». Quizá, la mayor joya editorial que conozco es la edición facsimilar de la Biblia Visigótica Mozábe, proyecto que fue posible por la ganerosa complementariedad de la Fundación Hullera Vasco Leonesa, Cátedra de San Isidoro, Universidad y Ediciones Lancia. Una obra perfecta, enclaustrada en un estuche de nogal y repujada con medio kilo de plata en sus herrajes. El libro El Palomar del sordo. Poesía en llamas , escrito por Victoriano Crémer e ilustrado por el pintor Ramón Villa, es otro lujo editorial. Al poemario de muerte y a los grabados del artista los han metido en un ataúd de nogal. No para sepultarlos, sino para darles una vida de regalo. He leído ya el poemario. Estremece. Me lo había anticipado el presidente de la Diputación, Javier García-Prieto, a quien sus retinas no le permiten ver la mínima sombra creativa en Victoriano Crémer. Es una admiración subliminal. Como la mía. García Prieto no dudó en financiar la obra. Supone que en la misma hay como una llamada permanente al picaporte de la muerte. Y la muerte le repugna por injusta. Pero Victoriano Crémer se hace el sordo desde su palomar, que en realidad no es otra cosa que la buhardilla de vida en la que crea, lee, escribe, ama, ríe y se cabrea cada mañana. Larga vida, maestro.