AL TRASLUZ
Sin demonizar
LA CONCIENCIA no es un reglamento de régimen interior que se lleva entre el corazón y la nada, sino una voz; no sé si es la del yo o la del ángel de la guarda dándole al megáfono... pero haberla, hayla; y nos alumbra, sea con cerilla, antorcha o linterna comprada en todo a cien. La conciencia, como los zapatos, tiene talla; las hay pequeñas, medianas y grandes. Creo en el derecho de los homosexuales al matrimonio, pero creo también que el alcalde de León puede acogerse a la objeción de conciencia, y más cuando deja libertad a sus equipo para actuar en un sentido o en otro, quedando así salvaguardado el cumplimiento de la ley. Amilivia no es un reaccionario, mucho menos un inquisidor; ahí están sus aportaciones pioneras a lo que hoy llamamos recuperación de la memoria histórica. Tampoco ha expresado voluntad de prohibir nada, sino una elección personal e íntima, no exigida a los demás. 1397645907 «Somos personas normales, no somos depravados ni estamos obsesionados con el sexo», afirmaba el portavoz de una asociación gai. En efecto. El gai ríe, llora, ama... como nosotros los heterosexuales. No somos distintos en lo esencial. Hablemos. Tendámonos la mano. En un debate como éste donde se funde lo sexual, con lo religioso, lo social con lo jurídico escuchemos las voces de los demás, coincidan o no con la nuestra, si son expresadas con respeto. Creo en el derecho de los homosexuales a casarse, pero comprendo a quien se acoge a la objeción de conciencia, como lo ha hecho Amilivia, con sinceridad y sin voluntad alguna de herir. No ha demonizado, no le demonicemos. La tolerancia, como el amor, es una carretera de dos direcciones, nunca de una.