La hoja de ruta

TRAS UN año de gobierno de Zapatero, ya estamos en condiciones de comprender qué contiene su hoja de ruta. En ella no hay más que dos líneas de actuación: crear polémicas y hacer oposición al PP. Comencemos por lo primero. Se trata de encelar a la opinión pública en temas que tengan una fuerte carga política, pero no supongan de momento un importe económico. Así la regulación de los matrimonios homosexuales y su posibilidad de adopción de hijos. Sea cual sea la importancia del colectivo homosexual, no constituye la mayoría de la sociedad. Se esgrime la objeción de conciencia, rechazada sin argumentos. Y se presenta tal regulación como un progreso, ya me explicarán por qué. Es una polémica que va para largo. Por si acaso remite, está la eliminación de la asignatura de religión de la escuela pública, mientras quieren poner una especie de Formación del Espíritu Cívico -no Nacional, porque este concepto ha vuelto a caer en desuso en el actual gobierno- enfrentándose a los millones de firmas contra la medida, en base a un exclusivismo carente de justif icación, que vulnera la propia letra de la Constitución. Por si acaso no fuera suficiente, se deja intervenir a la señora Trujillo con sus pintorescas ideas sobre la vivienda, que ella misma comienza por no aplicarse. Y para no prolongar la lista, las múltiples iniciativas -parlamentarias, mediáticas o simplemente sociales- en relación con la guerra civil, que terminó hace 66 años y es cada vez más extraña a la sociedad actual. La segunda línea de actuación es la obsesión enfermiza por hacer la oposición de la oposición que, no se olvide, está sustentada por nueve millones y medio de votos. Culpándola de todo lo posible y aún de lo imposible, con la Comisión del 11-M, ¿por qué no la cierran de una vez en vez de seguir mareando la perdiz?, porque la gente está ya bastante harta. Haciéndole falsamente responsable de que HB haya infectado al Partido Comunista de las Tierras Vascas. Acusándole de boicotear el Pacto Antiterrorista, mientras se olvidan de cumplir la Ley de Partidos. Enfrentando a unas víctimas del terrorismo con otras y culpando de ello al PP. No recibiendo a cargos de Comunidades Autónomas del PP, o relegándoles al tercer nivel de interlocución ministerial, mientras se recibe a parlamentarios socialistas en la oposición a bombo y platillo. O presentando una claudicación ante ERC, como es lo del Archivo de Salamanca, como si fuera una injusta reclamación de Castilla y León. Y los socialistas salmantinos a poner cara de pascuas, encima. Mientras tanto, se habla poco o nada de los problemas verdaderos, de los que exigen de los gobernantes que se fajen, decidan y se arriesguen. De las reformas constitucionales, que han desaparecido. De las siete subidas de los carburantes en lo que va de año. Del incremento del 15% en el precio de la vivienda. De los últimos datos de la EPA. De los miles de extranjeros que vienen no en pateras, sino desde Europa a regularizar de extranjis su situación. Y de las reformas de los Estatutos de Autonomía que suponen una reforma fraudulenta de la Constitución, como ha dicho, y con razón, Alfonso Guerra. Esto no es gobernar, pero ya tampoco lo parece.