DESDE LA CORTE
Entre la confianza y la ingenuidad
EL PRESIDENTE Zapatero acaricia un sueño de grandeza: ser el estadista que resuelva el problema territorial de España. Desea abrir la puerta a un cuarto de siglo de serenidad, ausencia de reivindicaciones e integración de todos los nacionalismos en el proyecto español común. Y confía en su capacidad para conseguirlo con unas cuantas recetas políticas, que son justamente las opuestas a las practicadas por Aznar: comprensión de los hechos diferenciales, diálogo abierto y agotamiento de las posibilidades que ofrece la Constitución. Desde esa confianza ha llegado a decir a la dirección del Partido Socialista que la cuestión territorial es una de las que menos le preocupan como presidente del Gobierno. La realidad con que tropieza tiene que ser decepcionante para él y su prodigiosa buena voluntad. Cuando se abre la compuerta de las reformas, los nacionalismos muestran su cara más exigente. Despiertan los agravios históricos, reales o inventados. Redactan proyectos, como el Plan Ibarretxe, que piensan más en la fuga de España que en aumentar las vías de integración. Alumbran propuestas de financiación, como la del tripartito catalán, que no cuentan con el criterio de las demás comunidades y desbordan claramente la Constitución. Y todo ello, bajo un tono que suena así: «o ahora o nunca; ahora es el momento de dar el gran salto». Ante todo esto, el presidente Zapatero mantiene la apariencia de una gran tranquilidad. El jueves, en Santiago, alentaba la exaltación de los hechos diferenciales, mientras el bosque nacionalista se incendiaba bajo sus pies en Cataluña. Antes, en Madrid, había enviado a Barcelona el recado de que las autonomías pueden realizar sus propuestas, pero el modelo de financiación deberá ser acordado por todos. Y aquí empieza lo inquietante. ¿De verdad se imagina el presidente que las cosas serán así de sencillas? ¿De verdad cree que el gobierno catalán concibe su proyecto para aceptar después sin traumas que se lo echen abajo Galicia, Castilla y León o Extremadura? Parece que el señor Rodríguez Zapatero no recuerda las amenazas del grupo parlamentario de Esquerra Republicana que, por cuestiones mucho menores, amenazaron con dejar caer al gobierno. Tampoco parece recordar la presión del propio Carod-Rovira, que obligó a la humillación del idioma valenciano, y lo tuvo que recibir en La Moncloa en un gesto de diálogo, pero también de sumisión. Y esta gente, de la que dependen el gobierno catalán y el central, ¿van a aceptar disciplinadamente un no a su propuesta? Ojalá, presidente. Sería una gran noticia. Pero los antecedentes no inspiran ninguna confianza. Y si acceden a lo que usted sugiere, esté seguro de una cosa: se lo van a hacer sudar.