LA VELETA
Mentiras de guerra
HOY SABEMOS que hasta la CIA reconoce que en Irak no había armas de destrucción masiva. Es grande la sospecha de que Bush y Blair lo sabían antes de iniciar la invasión que dio pie a una guerra que todavía no ha terminado. En Londres se ha conocido el dictamen que el fiscal general del Reino, Peter Goldsmith, le remitió al primer ministro el 7 de marzo de 2003, una semana antes del inicio de los bombardeos. Lord Goldsmith tenía serías dudas sobre la legalidad de la guerra. Blair está en campaña electoral y a tenor de lo que dicen las encuestas es probable que vuelva a ganar las elecciones. También Bush las ganó el pasado otoño. Pero las urnas no son el Jordán. La memoria de las víctimas inocentes sacrificadas por decisión de políticos enfermos de poder les perseguirá toda la vida y, si fuera cierto que cuanto hacemos en este mundo está llamado a tener eco en la eternidad, también la Historia guardará memoria de tanto abuso y tanta infamia. Es verdad que Irak tiene ahora un nuevo Gobierno, pero es un país ocupado que, en cuanto se vayan los soldados norteamericanos, durará lo que tarden chiítas y sunnitas en enzarzarse en una guerra civil. O los kurdos de la región de Mosul en reclamar su independencia y la administración sin intermediarios del abundante petróleo que hay en el subsuelo. Irak aparentará que hace progresos hacia la normalidad mientras en Bagdad ondee la bandera de las barras y las estrellas y la CNN -sin permiso de Lewis Caroll- siga añadiendo nuevos capítulos al libro de Alicia en el país de las maravillas. Pero, ya digo, en cuanto se vayan los americanos de Bagdad y los ingleses de Basora, todo lo que han construido los occidentales se derrumbará como un castillo de naipes. Basta con ver lo que ha ocurrido en Afganistán, país también ocupado y pacificado por soldados occidentales -allí hay hasta soldados españoles-, para comprender que una cosa es lo que dice la televisión y otra la realidad. La lapidación de Amina, la infeliz adúltera asesinada ante los ojos del mundo en un país del que también nos habían contado el cuento de que se estaba democratizando, es la trágica evidencia de la inutilidad de las guerras que -supuestamente- se hacen para cambiar el mundo. O, como en este caso, para controlar el petróleo. En Irak no había armas de destrucción masiva y lo sabían. Que Tony Blair pueda ganar las elecciones -como antes lo consiguió Bush- no podrá cambiar el juicio moral sobre sus actos.