Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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SE VA ACERCANDO la legislatura al momento en que la política diseñe un nuevo modelo de Estado, no para cambiar su forma estructural, metamorfoseándolo, sino para modificar algunas reglas de su funcionamiento. No se le niega, ni mucho menos, a Arnaldo Otegi y a Fernando Barrena, líderes de la ilegalizada Batasuna, el derecho a responsabilizarse en la gestión del futuro político de Euskadi, pero al lendakari en funciones Ibarretxe se le afea su conducta de recibir a los dos dirigentes del nacionalismo radical y filoetarra como si fueran portadores de los más puros valores democráticos. Aunque la fuerza política a la que Otegi y Barrena pertenecen está ilegalizada, por lo que se le ha privado de ciertos derechos ciudadanos, como el de presentarse a elecciones, municipales, europeas, generales o autonómicas, sus dirigentes no se ven condenados al silencio, pueden expresar sus opiniones, transmitiendo incluso las de ETA, como hicieron ayer, y hacer propuestas de índole política a quien desee escucharlas. Llevando esta columna a la sinceridad más extrema, podría decirse que tanto las actitudes de Ibarretxe como sus aspiraciones secesionistas están ya revenidas, agostadas, por lo que la actualidad vasca parece obligada a condimentar otra política, sin extender la alfombra roja de Ajuria Enea a los pies de Otegi y de Barrena, pero sin ignorarles. Y como esto es una evidencia, no debiera sorprender que en La Moncloa, sobre la que ya empiezan a resbalar las andanadas críticas del PP, preocupe, más que el problema persistente de Euskadi, la tensión que entre la Generalitat y La Moncloa ha generado la propuesta sobre financiación de Cataluña que ha hilvanado el gobierno tripartito. La tensión afecta a varios espacios, desde la Generalitat, donde socialistas y republicanos conviven sobresaltándose mutuamente, hasta el PSOE, en el que se observa el distanciamiento entre los barones más sólidos, como el extremeño Ibarra y el andaluz Chaves -alentados por la vieja guardia que formarían Felipe González y Alfonso Guerra- y la propuesta catalana de hacer a Cataluña dueña de su propia fiscalidad. Maragall se ve entre la espada y la pared, entre la magnitud discrepante de su propio partido y la mirada en ocasiones sardónica de Carod Rovira, con Piqué y Artur Mas lanzando diferentes balones a la cancha. Y Zapatero, en terreno resbaladizo, obligado a diferenciar entre reformas estatutarias y sistemas de financiación a la carta. De éstos, ni uno; de estatuto reformado, lo que diga el parlament. El parlament, sin embargo, podría desear, además, un sistema de financiación propio de Cataluña. ¿Y entonces...?.

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