AQUÍ Y AHORA
Negociar con el tigre
TODOS los jefes de tribu caían en la tentación de negociar con el tigre. El tigre ya no es lo que era, porque los años no pasan en balde, pero de vez en cuando su rugido les llena de dolor porque el tigre ha devorado una nueva víctima. Hay jefes que organizan intensas partidas de caza para alejar al tigre y, otros, que optan por una defensa más rutinaria, pero todos, llegado un día, cavilan sobre la conveniencia de pactar con el tigre y pasar a la historia de la tribu como el jefe salvador que concluyó con una larga historia de dolor y de temores. Las experiencias de anteriores negociaciones no eran buenas. En un momento determinado, el tigre se mostró poco comprensivo, o se ausentó sin justificación, o no pareció entender las ventajas que se le ofrecían, o, haciendo caso omiso, se ausentaba de la negociación y se engullía a algún despistado. Una vez quiso, en lugar de negociar con el jefe, hacerlo con los guerreros, que, en realidad, lo único que hacen es acatar las órdenes del jefe. A pesar de estos antecedentes, no hubo jefe de la tribu que no albergase en su corazón la ilusa creencia de que podría negociar con el tigre. Pero negociar con el tigre es tan difícil como jugar al ajedrez con las mariposas, o intentar una partida de póquer con un perro que, en cuanto tiene buenas cartas, mueve el rabo. El tigre parece razonable, pero no lo es, y concluye por dar un zarpazo cuando menos se le espera. Sin embargo, todos los jefes de la tribu, todos, intentaron de manera tan patética como inútil llegar a algún tipo de acuerdo con el tigre. Y, cada vez que se intentaba, los componentes de las partidas de caza se desmoralizaban, aunque no lo dijeran.