EL RINCÓN
La propuesta catalana
SI EXCEPTUAMOS a unos cuantos catalanes, todo lo que hay en Cataluña es admirable. Yo hacía un viaje anual para ver a Rogelio Rengel, a José María Gironella, a Carlos Fisas y a otros amigos estupendos, generosísimos en contra del tópico. «Archivo de cortesía», llamó Miguel de Cervantes a Barcelona, pero ahora están siendo descorteses los que más mandan. El llamado tripartito tira de las costuras de la vieja España y de momento ha conseguido algo que parecía muy difícil: que se unan los líderes regionales del PSOE y del PP contra su propuesta. Quizá se cumpla lo que dijo un día Nicanor Parra: «la derecha y la izquierda unida jamás será vencida». Lo que se ha logrado es extender el malhumor, mientras Pujol pide a los «catalanes de toda la vida» que sean firmes ante la inmigración y el presidente de Extremadura, que suele expresarse con muy escasa reserva, llama «cretino» a Maragall y le sugiere «que se meta los cuartos por donde le quepan». Sin duda se refiere, además de a las monedas de la disputa, a los cuartos traseros, para que deje de cocear el mapa de la península. Desde luego, mal camino llevamos si las 17 autonomías aspiran a convertirse en 17 nacioncitas, todas incomparablemente superiores a las demás. Llevaba razón el que dijo que el que quiere comer aparte es que quiere comer más que los otros. Nunca ha habido más egoísmo, precisamente ahora, cuando el vocablo que más se repite es «solidaridad». No falta ya más que grabar a la entrada de algunos edificios letreros que digan algo así como «Todo por la patria chica». Por ahora nos estamos conformando con los insultos y las amenazas. Hubo un tiempo en el que los dioses nacían en Extremadura, pero allí siguen naciendo personas cabales y valientes, que no se dejan humillar por el PIB, ni aceptan un federalismo impuesto por la Generalitat.