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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HAN VUELTO, como vuelven a volver las golondrinas. Las colas, que se sabe en que calle empiezan, pero no en la que terminan, han regresado. Ya sólo se veían en dos ocasiones: cuando jugaba el Madrid con el Barcelona y cuando jugaba el Barcelona con el Madrid. Los que ahora pueblan las aceras de nuestros pueblos y ciudades no aspiran a divertirse, sino a todo lo contrario: a trabajar. Conseguir los papeles necesarios para que ganarse la vida no sea un acto delictivo es lo que ha tenido allí alineados a decenas de miles de personas. Algunas de ellas pasaron la noche anterior en la calle y otras ni siquiera comieron, pero como todas desean hacer ambas cosas de aquí en adelante, aguantan lo que les echen hasta que, por fin, les echen un papel con varias firmas y algún matasellos. Es su certificado de vida futura. Las ONG dicen que el proceso de regularización de inmigrantes es un fracaso, pero hay diversidad de opiniones. Los sindicatos, por ejemplo la UGT, cree que es el mejor de cuantos se han abierto y las confederaciones de empresarios aplauden sus resultados, mientras algunos ayuntamientos denuncian la proliferación de mafias, que tienen más trabajo que nunca con eso del súbito empadronamiento. Lo cierto es que algunos inmigrantes, generalmente de epidermis morena, se abrazan emocionados cuando tienen el papel en el bolsillo. Su esfuerzo les ha costado. Y a veces su dinero: las mafias de la inmigración les han cobrado hasta 500 euros por ceder su puesto en las colas ante las oficinas habilitadas. Yo me pasé buena parte de mi infancia en las colas, pero llevaba los papeles en la mano: era la cartilla de racionamiento. Desde entonces no he vuelto. Juré, como hizo en su día la actriz Escarlata O'Hara, que jamás volvería a ponerme en una cola. No podría cumplir mi juramento si fuera uno cualquiera de los que ocupaban las aceras.