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León

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HACE UNAS semanas llamé a Tino Gatagán y  no pude hablar con él, sino con su mujer. Acababan de regresar del hospital y se sentía agotado. Quedamos en retrasar hasta principios del año que viene la exposición que la Fundación Vela Zanetti le iba a dedicar, pues iba a someterse de nuevo a un intenso proceso médico. «Lo primero es lo primero, ya veréis qué exposición más bonita hacemos», les dije. Y estoy convencido de que se hará, en cuanto la familia tenga fuerzas para ello, pues la muerte interrumpe una vida, sí, pero no los compromisos.  En la Feria de Libro abordé al periodista Fulgencio Fernández, gran amigo suyo, pues quería encargarle un texto para el catálogo, y le expuse mi preocupación sobre la salud de Gatagán, quien anhelaba hacer una muestra con cuadros de gran formato, ofrecérsela a su tierra. Tenía una calidad humana excepcional. La enfermedad le había hecho consciente de lo importante en la vida. «Esto ha sido muy duro», me decía, con su rostro radiante de luz, de esa luz que la muerte no apaga.  Cómo no apreciar a un hombre así. Se le considera uno de los grandes ilustradores españoles, con un genial sentido de la síntesis y perfecto dominio del trazo. Queda su obra, pero también su ejemplo. Fue un leonés que vivió con el corazón en la mano. Ser querido, como lo fue él, es el más alto logro al que puede aspirarse. Cuánto amor hacia él capté  en el apoyo de su mujer al  proyecto. Cuánta solidaridad en el amor.  Hasta siempre, querido Tino. Nos vemos en tu exposición. Porque la muerte termina con la vida, ay, pero no con los compromisos.