La especialidad

NUESTRA especialidad son las broncas. No hay duda. De los grandes acontecimientos hacemos grandes trifulcas. Las grandes celebraciones se tornan en inmensos pataleos. Es la forma que tenemos de entender la realidad. O vamos de cabreados permanentes o no somos felices. Llevamos un año soportando los comadreos sobre la necesidad de que los Príncipes de Asturias den al país un heredero. Y cuando esto ocurre, montamos una zapatiesta sobre la reforma constitucional y el futuro de la monarquía, más propia de la verdulería de la esquina que de quienes la han puesto en marcha que son políticos, periodistas, tertulianos y predicadores. Más propia, por aquello del sentido de la responsabilidad que deberían de tener y no tienen. Llevamos tiempo diciendo que algo hay que hacer con la inmigración ilegal. Que la situación no puede continuar, que esto es un drama y que necesita que se le ponga remedio. Y cuando se abre un proceso de regularización, entonces montamos otra agarrada, a propósito de no se sabe muy bien qué. De si es porque aún quedan muchos o porque se ha regularizado a muchos. Y aún más. Llevamos 60 años hablando de lo que la guerra mundial significó para la democracia. Nos hemos repasado todas las batallas. Sabemos el modelo de los tanques, de los aviones y hasta la composición de los compuestos arganofosforosos. Y ahora, aprovechamos la celebración del aniversario para tirarnos los trastos. Unos reprochando la opresión tiránica del comunismo. Otros apropiándose de la derrota del fascismo. Y los de más allá metiendo bulla sobre las víctimas españolas. La convivencia se ha puesto a precio de oro. Parece como si lo mejor que nos pudiera ocurrir es que no nos ocurriera nada bueno. Así no habría motivos para la bronca. Porque visto está que tenemos ganas de armarla. Y que somos felices atizando la lumbre. A ver si no nos abrasamos.