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León

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Y CÓMO ha escrito usted que los españoles no estamos crispados, me espeta un lector por la calle, mire usted a los del Congreso. Le digo: algunas crispaciones no cuentan.  Ahora bien, si a usted lo que le enrabia es que Britney Spears no contesta a sus llamadas, ya puede ir probando con el viaje astral como último recurso, porque lo suyo tiene difícil relajación. También a mí me crispa que el Barça gane la liga, y qué, con decir no está ocurriendo, todo es un sueño, un error del  marcador... se acabó la crispación... bueno, quizá este ejemplo me ha salido un poco forzadín. Lo del fútbol más vale no meneallo. Lo importante es reírse, creer en la risa. A veces, me pregunto qué tres deseos pedirían algunos políticos de encontrarse con el genio de la lámpara. ¿Nos veríamos de repente sorprendidos con que llueven euros para todos? ¿gozaríamos el electorado de los  placeres hasta ahora reservados al conde Lequio? ¿Dejarían de repente de dolerme las muelas? No lo creo. Más bien, observaríamos perplejos que -por arte de magia-  la casa del diputado Fulano se ha convertido en lujoso chalé, con piscina y socorrista famosa. Ah, la condición humana, que -por cierto- es la nuestra. Hay que reírse, pues el pesimismo de piñón fijo  no es fuente de conocimiento alguno; la felicidad y el dolor, sí enseñan.  Hay que reírse, para renacer de los reveses. Motivos para el vitalismo no faltan. ¿Acaso no finaliza ya Ana y los siete? Riámonos. Rápido, que enseguida vuelve Georgie Dann. Reírse, reírnos. Para crecer. Para perdonar. Para cambiar el mundo. Sí, reírse, reírnos.

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