División de opiniones

EL DEBATE sobre el estado de la nación con que nos han castigado estos días conduce a otro no menos necesario y quizá más urgente: hay que debatir sobre el estado mental de nuestros políticos. ¿Cómo es posible que unos crean que son sublimes sin interrupción y otros crean que lo han hecho todo mal sus antecesores en el poder? En ese debate deberían intervenir, más que los políticos, los oftalmólogos: para aclararnos algunas teorías sobre el punto de vista. La realidad se presta a diversas interpretaciones, ya que puede observarse de frente y de perfil, pero también de espaldas si se tiene un espejo delante. Lo malo es que los espejos son amnésicos. Dicho de otra manera: la Historia padece alzhéimer. Ahora el Partido Popular no quiere que el Gobierno mezcle la sucesión con otras reformas constitucionales. Hay asuntos urgentes que conviene aplazar. Siete grupos le piden a José Luis Rodríguez Zapatero otro pacto antiterrorista, la Generalitat de Cataluña quiere cobrar un euro por cada visita al médico y la Santa Madre Iglesia estima que el Rey no debe sancionar la ley del matrimonio gay. Sugieren que imite la conducta de aquel bondadoso sosaina que fue Balduino de Bélgica, que abdicó durante treinta y seis horas para no ratificar la ley del aborto. Pedazo de hipócrita. Sabía perfectamente que le guardaban el sitio hasta que esa ley estuviera ratificada. El estado de la nación no es grave, pero tampoco puede decirse que goza de una gran salud. Convalece de enfermedades antiguas que han dejado sus secuelas, a las que se añaden otras recientes. A los que nos preocupa sobre todo el estado de la calle nos inquieta que el director general del Cuerpo Nacional de Policía esté tan preocupado e inquietado por el auge de las bandas urbanas. Eso de querer cascarle a Carrillo, a estas alturas del partido, sólo se le ocurre a quienes han leído un solo libro. Mejor la división de opiniones. La chulería es una forma de histeria y el Gobierno no está actuando contra la inseguridad ciudadana.