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León

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A PRINCIPIOS del siglo XX el 63,7% de la población era analfabeta. La educación se vislumbró, entonces como la única forma de «redimir» a un país atrasado, que carecía de las necesarias vías de comunicación para estar cohesionado y explotar adecuadamente sus recursos económicos. La educación se veía también como un instrumento de emancipación de los ciudadanos, a la vez que como una forma de alejar a la clase trabajadora de las tabernas y de las ideas revolucionarias que prendían en aquel estado de miseria y explotación. Hubo una generación de intelectuales, la de los institucionistas, que soñaron con una escuela pública, gratuita y neutra en lo político, lo filosófico y lo religioso. Cien años después, todavía tienen sentido las plataformas en defensa de la escuela pública, en las que padres y madres, sindicatos y organizaciones sociales, movimientos cooperativos reivindican un modelo de educación que mime al sector público y que en nombre de la libertad no imponga la enseñanza de la religión en las aulas, mientras se relega la música a una hora semanal. No está claro que el cambio de Gobierno suponga avances para la educación en el sentido del espíritu que propagó, hace un siglo, la Institución Libre de Enseñanza en centros como los de Sierra Pambley en León, Hospital de Órbigo y Villablino. El Gobierno de Zapatero, que brilla en el avance de los derechos cívicos, no se ha atrevido a hincarle el diente a la cuestión de la educación, que avanza de año en año hacia el sector privado y la catequización en las aulas.