Diario de León

TRIBUNA

Del horror a la impostura, o las veleidades de Enric Marco

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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SI LOS DEPORTADOS españoles -que padecieron las palizas y la muerte en los campos de concentración nazis- no tuvieron bastante con haber nacido en el transcurso o los aledaños de la Gran Guerra, luchar a muerte en otra civil de odio furibundo, huir de su país apenas con lo puesto, pasar la infamia de las playas francesas, sufrir la Segunda Guerra Mundial y no poder volver a su patria; después de haber padecido todo aquello, mira ahora por donde se descubre, gracias a la pericia del salmantino Benito Bermejo, que un impostor catalán se ha venido aprovechando durante años del calvario de esos infelices. Más perra suerte, imposible. Al camandulero tramposo no le justifica el único deseo -loable, por cierto- de propalar y difundir el martirio de las muchas personas que sufrieron la barbarie nazi, ante la apatía general y la pasividad de los sucesivos gobiernos españoles. Ni le otorga la gracia del indulto una probable alienación o excelso celo compasivo. Si las paginas testimoniales sobre el genocidio de los campos de exterminio se prestan ya a suspicacias de todo tipo, porque las verdades irrefutables están, en algunos casos, salpicadas de exageraciones, inexactitudes y contradicciones; con impostores como Sr. Marco, la verdad o la ficción dejan de tener una nítida línea divisoria, confundiendo al ciudadano y haciéndole desconfiar sobre la realidad histórica de los hechos. Mucho me temo que la impostura del señor Marco va a ser utilizada, como si de un dato erróneo más se tratase, para desacreditar -incluso ningunear- los testimonios en su conjunto y desautorizar al testigo. Aunque la falsificación es un vicio muy humano que sale a relucir por todos los lados, habría que evitarla a toda costa en la literatura testimonial de los campos nazis, por lo que ha supuesto de dolor y de sacrificio. Pero que nadie se escandalice demasiado. Si el pecado del señor Marco ha sido en este sentido «mortal», ya ha habido al respecto otros pecados «veniales». El destacado historiador estadounidense sobre la vida y la muerte de los republicanos españoles en Mauthausen, David Wingeate Pike, censura al deportado español Mariano Constante -que ha dejado abundante literatura testimonial de su paso por Mauthausen- las invenciones sembradas en las páginas de sus libros. La más descarada es aquella que cuenta en Yo fui ordenanza de los SS, por la que, tras la disputa con un oficial de los huesos y la calavera, le acusa de haberle dejado una deformidad en los dedos de la mano. Pike tentó a Constante en el Hotel Ibis, del aeropuerto de Orly, el 1 de abril de 1997, para que apretase los dos puños, cosa que hizo sin dificultad, demostrando tener los dedos en perfecto estado. Entonces Pike le preguntó: «Si tuviera que volver a escribir todo lo que ha escrito, ¿qué quitaría?». «Nada», contestó Constante. Enfrentado a sus compañeros supervivientes por haber falseado los hechos, Constante replicó: «Tengo que ganarme la vida» ( Españoles en el holocausto , Bercelona, Mondadori, 2003, p. 19). Esta confesión hizo que Pike desconfiase de todo lo que cuenta Constante en sus escritos, si no está corroborado por una segunda fuente. Dentro de muy poco tiempo la literatura testimonial directa de quienes sufrieron los horrores de los campos nazis desaparecerá con la defunción de los testigos, hoy sólo con vida los que en aquellos días de infierno eran aún niños. Cuando esto ocurra ya nadie podrá describir -con engaño o sin él- lo que fueron las palizas, las duchas frías o abrasadoras, los tiros en la nuca, los ahorcamientos, las mordeduras de los perros, las horas de formación, el hambre atroz que roe las entrañas... El testimonio directo será reemplazado por el relato de ficción. Jorge Semprún, deportado en Buchenwald y también autor de novelas sobre los campos, ha escrito recientemente que «si no hay memoria de verdad, ¿quién contará a las nuevas generaciones, a la de nuestros nietos, aquella historia?, ¿quién transmitirá esa memoria? La única posibilidad de que tal cosa ocurra reside en que la ficción narrativa se apodere de dicha materia histórica» ( El País Semanal , número 1.478, 23 de enero de 2005). Aunque con ello, se me ocurre, corremos el riesgo de que los campos nazis se pongan profusamente de moda, pasando de la desinformación y del olvido -que impulsaron al señor Enric Marco a construir su farsa nada literaria- a una proliferación en los escaparates de las librerías, no sabiendo entonces si es mejor el remedio que la enfermedad. El relato de la crueldad conlleva una sobrecarga emotiva que la hace siempre atractiva, pero, precisamente por esa misma demasía, puede llegar a empalagar. El recluso Semprún -como también el recluso Amat-Piniella, que fue pionero español en hacer ficción sobre los campos- prefirieron la forma novelística, sin duda porque les pareció el género más fiel a la verdad íntima de los que vivieron como ellos la aventura tenebrosa e infernal de los campos nazis. Después de cuanto se ha escrito sobre esos antros, con la fría elocuencia de las cifras y de las informaciones periodísticas, Semprún y Amat-Piniella fueron de los que creyeron que reflejando la vida de unos personajes, reales o no, sumergidos en el dramático clima de sus circunstancia, podrían dar una más justa y viviente impresión que la limitada a su exposición objetiva. El señor Marco, en cambio, desde su puesto de mando de la Amicale Mauthausen, no ha hecho ni testimonio real ni ficción, simplemente impostura, provocando una vuelta de tuerca más a la desautorización testimonial y, con ello, una justificación añadida a la crítica aritmética y ontológica que no ha dejado de lanzar «cargas de profundidad» contra el holocausto desde la publiación de La mentira de Ulises , de Paul Rassinier. Por lo que a los españoles nos atañe, el belga León Degrelle -condenado a muerte en rebeldía por colaborar con los nazis y refugiado en España al amparo de una falta de ley de extradición- publicará, hasta su muerte acontecida en 1994, numerosos textos autobiográficos en los que refuta categóricamente que hubiese habido cámaras de gas. Los revisisonistas negando y el señor Marco afirmando llegan al mismo punto, pero por caminos distintos.

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