Diario de León

DESDE LA CORTE

Serios indicios de crisis de Estado

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FERNANDO ONEGA
León

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LA RUPTURA se ha culminado. La votación parlamentaria de resoluciones ha ofrecido un panorama frecuente en esta Legislatura: a un lado, el Partido Popular; al otro, el Partido Socialista y todos los demás. Pero la brecha abierta ayer abarca mucho más espacio que el de una resolución. No se puede reducir tampoco al habitual comentario de «la soledad del PP». Estamos ante un océano en el que cabe todo: la filosofía de la lucha contra el terrorismo; el significado profundo de la coincidencia del gobierno con partidos independentistas que buscan objetivos contrarios; las dudas sobre la posibilidad real de un final acordado de ETA y en qué condiciones¿ Todas estas incógnitas justifican que se califique el actual momento político como incierto y traumático. Estamos ante una gran crisis, en el sentido de la definición de Gramsci tan manoseada estos días: el anterior estilo de gobernar, desde la ortodoxia y el principio de autoridad, no ha sido olvidado, sino renovado por la dirección del PP; el nuevo estilo de conducir el país con un acercamiento a grupos y sectores hasta ahora marginales todavía no ha dado resultados que inviten a confiar en su éxito. Ambos formatos han terminado por chocar. Y, como venimos apuntando en las últimas crónicas, se han estrellado en la parte más sensible, que es el terrorismo. Esto agranda la onda expansiva hasta el punto de hacer pensar a algunos políticos que estamos ante una crisis del Estado. Uno de esos políticos es Eduardo Zaplana que, con su acostumbrada contundencia, planteó ayer en el Congreso una duda muy extendida: si estamos ante el certificado de defunción de un modelo que ha durado treinta años y ha proporcionado muchos beneficios al país. Ésa terminará por ser, efectivamente, la cuestión. Tendría que ser lo primero que debería aclarar el señor Zapatero. Porque, si el presidente tiene razón en el sentido de que no puede ni debe imponer un modelo estatutario a las autonomías, también la tiene la oposición cuando no ve claro el horizonte de llegada. Mucha gente, por eso, empieza a albergar el temor de que el cambio de la estrategia frente a ETA encierre el germen de cambios mayores. Y esa misma gente entiende que la nueva distancia entre los partidos mayoritarios suponga la difícil convivencia de dos modelos que terminarán por ser incompatibles. En la medida en que el PSOE encuentre refugio entre independentistas y paralelo rechazo entre españolistas, sentirá la tentación de escorarse más hacia un lado. ¿Estamos ya en los comienzos de ese riesgo? Creo que sí. Las incomodidades que empiezan a mostrar algunos sectores socialistas, que van desde Bono a los firmantes de la carta a Patxi López, son los primeros indicios.

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