Contaminación acústica

AHORA que empieza el buen tiempo y también las fiestas populares, es el momento de pedirle a quien corresponda que imponga la vigilancia o inspección necesarias para que las fiestas no amarguen a algunos. Porque si son muchas las personas que viven de ellas, no se trata de extender el jolgorio a todo el mundo, porque no todos pueden permitírselo. En las casas también hay niños, ancianos, enfermos y personas que deben madrugar para trabajar y no pueden pasar una noche (que, además, suele ser un par por lo menos) en blanco porque algún colectivo, barrio o pueblo cercano esté de fiesta (que tampoco lo están todos, pero sufren con resignación). Pero ahora ya no son sólamente las noches de viernes, sábado y domingo cuando hay ruido musical de muchos decibelios (y no me refiero al bar de al lado) sino un martes -por ejemplo, a las cuatro de la madrugada- cuando se escucha a lo lejos una música y alguien que canta. Y eso, de noche y con las ventanas cerradas, así que ¡cómo se escucharía con ellas abiertas! Por eso creo que debería vigilarse más los decibelios que emiten los equipos musicales de los grupos y orquestas que actúan al aire libre. Pero hacerlo de forma efectiva, cuando están actuando por la noche, porque los que están en la verbena lo escuchan demasiado alto y tienen que hablar a voces, molesta a los vecinos y, según sople el viento, a los que no son tan vecinos. Un poco menos de volumen lo agradecerán -lo agradeceremos- unos cuantos, a los que nos gusta la música, pero también el silencio. Y cada cosa en su momento.